Una dulce melancolía me ronda desde que cerré el libro, es cómo si encontrara fragmentos de sus líneas al mirarme las manos, y es tan extraño este sentimiento de sentir que gozo cuando en realidad es una tristeza tenue la que se va acomodando en mis huesos. Siento como se esfuman las ideas, que muy hábilmente describió Yoshimoto, dando paso a un sentir sin límites, es como un limbo, donde Tokio esta a la vuelta de la esquina y los olores de la cocina se mezclan con la feminidad recuperada de Eriko, es el lugar donde Yuichi sueña que Mikage le cocina y beben té en vasos amarillos. Me gustan estos libros, los que dejan su atmosfera impregnada en todos lados por mucho tiempo después de leerlos.
Alguna vez en uno de esos cafecitos del jardín de las rosas, platicaba ociosamente con un buen amigo, sobre lo predecible de las historias que contamos, él argumentaba que era complicado buscar autenticidad en los temas de escritura, enumeraba varios y terminaba reduciéndolos a cuatro: el amor, la soledad, la locura y la muerte. Él decía que todo terminaba por ocuparse de ellos, un cuento de terror, una novela policiaca, un guión teatral, todas las tramas del mundo tienen como centro una de estas ideas. Yo fui disidente de su teoría, no recuerdo ahora el ejemplo ni los argumentos, pero de alguna manera concluíamos que si bien las tramas siempre eran las mismas, el reto para la creatividad eran las formas, el cómo se abordaran esas tramas.
Todo esto viene a mi reciente enamoramiento de Kitchen, donde los temas centrales son el amor, la muerte y la soledad, puntos desgastados hasta las cachas, lugares comunes dirían los que saben. Pero es tan excelsa su forma de tratarlos, es tan fina su pluma para dibujar en sus personajes las sonrisas amargas más exactas, que uno puede degustarlas lo mismo que ellos hacen con sus platos japoneses. Es tan humana la resignación dolorosa de la falta del otro, y tan sincera la búsqueda de sí mismo en una pérdida total de sentido.
Es una novela muy breve, de esas que me atemorizan porque comienzo a sentir que ya no tendré más páginas para seguir leyendo, pero que ha sido justa en extensión para rondarme como aroma embriagante que trastorna mi realidad.