lunes, 16 de abril de 2012

Mientras tanto.

…te conoce el tiempo enlazado, el vagabundo erótico que somos te conoce.”
Homero Aridijis
Las mañanas del mundo se conjuntaban de vez en cuando en el centro de su cuerpo, colapsando en mil brillos  obligándola inevitablemente a retorcerse un poco antes de salir de la cama. Hoy era un día de esos.  Pese al estallido de luces, ella se resistió a levantarse, permaneció observando cómo desde su ombligo se proyectaban rayos violetas hasta el techo. Cerró los ojos y comenzó sin intención de dormir, pero sí de prolongar el sueño, a reconstruir el escenario: él estaba ahí, ocupando el lado izquierdo de la cama, aunque esa no pareciera su cama, sino la de ese mundo onírico del que se había apropiado sin pedir permiso. Sus labios ligeramente abiertos dejaban escapar un tenue silbido que no llegaba a ser molesto, ella levantó la sabana y con las luces que se colaban  entre las cortinas se auxilió para observar el cuerpo desnudo postrado a su lado. Recorrió sin pudor cada centímetro  de piel que se le ofrecía  o  por lo menos no se le negaba.  Identificó cada surco, grieta, lunar, cicatriz que aquel cuerpo poseía; imaginó entonces se trataba de un mapa,  el mapa de un mundo desconocido, de una galaxia ajena, que no le pertenecía, que nunca habitaría, pero que esta mañana se le había permitido recrear en el ensueño que precede a la vigilia.  Se preguntó entonces como sería tocarle, andar con sus dedos como peregrinos descalzos por aquellos valles, por un momento sintió la tentación de aproximar sus labios hasta el  hombro derecho, pero temió eso acabará con la fantasía, así que se limitó a mirarle, a evocar  o registrar, no estaba muy segura, el olor de aquel hombre. Se recostó un momento, perdió de vista la imagen que un segundo atrás la ocupaba y se preguntó si él también la pensaría, si bajo aquellos parpados alguna imagen de ella se colaba. ¿De qué color serían sus sueños?  Un suspiro distante, que venía desde su yo que giraba en la cama, la hizo salir del letargo, era momento de despertar.

Mientras tanto.

18:10
…te conoce el tiempo enlazado, el vagabundo erótico que somos te conoce.”
Homero Aridijis
Las mañanas del mundo se conjuntaban de vez en cuando en el centro de su cuerpo, colapsando en mil brillos  obligándola inevitablemente a retorcerse un poco antes de salir de la cama. Hoy era un día de esos.  Pese al estallido de luces, ella se resistió a levantarse, permaneció observando cómo desde su ombligo se proyectaban rayos violetas hasta el techo. Cerró los ojos y comenzó sin intención de dormir, pero sí de prolongar el sueño, a reconstruir el escenario: él estaba ahí, ocupando el lado izquierdo de la cama, aunque esa no pareciera su cama, sino la de ese mundo onírico del que se había apropiado sin pedir permiso. Sus labios ligeramente abiertos dejaban escapar un tenue silbido que no llegaba a ser molesto, ella levantó la sabana y con las luces que se colaban  entre las cortinas se auxilió para observar el cuerpo desnudo postrado a su lado. Recorrió sin pudor cada centímetro  de piel que se le ofrecía  o  por lo menos no se le negaba.  Identificó cada surco, grieta, lunar, cicatriz que aquel cuerpo poseía; imaginó entonces se trataba de un mapa,  el mapa de un mundo desconocido, de una galaxia ajena, que no le pertenecía, que nunca habitaría, pero que esta mañana se le había permitido recrear en el ensueño que precede a la vigilia.  Se preguntó entonces como sería tocarle, andar con sus dedos como peregrinos descalzos por aquellos valles, por un momento sintió la tentación de aproximar sus labios hasta el  hombro derecho, pero temió eso acabará con la fantasía, así que se limitó a mirarle, a evocar  o registrar, no estaba muy segura, el olor de aquel hombre. Se recostó un momento, perdió de vista la imagen que un segundo atrás la ocupaba y se preguntó si él también la pensaría, si bajo aquellos parpados alguna imagen de ella se colaba. ¿De qué color serían sus sueños?  Un suspiro distante, que venía desde su yo que giraba en la cama, la hizo salir del letargo, era momento de despertar.

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