jueves, 26 de noviembre de 2015

Lo importante

Are: ¿Cómo me veo?
Lila: Pareces un elefante
Are: Oh! Los elefantes son hermosos, gracias.

Que si somos gordas, que si somos flacas; que si vestimos bien o si no hay moda que nos quede; que si la belleza y la norma es ser delgada; que si las flacas son bonitas y entonces son tontas, que si la salud, la imagen y las relaciones; que si somos invisibles o somos “reales”  y que si un montón de cosas que hacen notar la eterna pugna entre lo que somos y lo que se espera que seamos, porque parece que no pudiéramos alejarnos ni siquiera un poco de los mecanismos de control y ahí vamos, dando tumbos, adoptando eufemismos: ahora las gordas somos curvy  y para hacernos visibles modelamos calzones;  sintiendo culpa por el postre que no debíamos comer;  odiando nuestros cuerpos porque tienen royitos o estrías o porque no termina de ser lo suficientemente delgados o torneados o firmes;   y nada, que de todas formas no terminamos de vernos nunca como tendríamos que vernos. 
Ayer fue día internacional en contra de la violencia a las mujeres,  luego entonces mis amigas activistas comenzaron a postear estadísticas y fotos con cifras alarmantes  sobre violencia física, sexual, psicológica y emocional, de toda esa información que circuló ayer en las redes una particularmente me dejo inquieta, el 85% de niñas cree que es gorda y el  57% de niñas cree que es fea.  ¿Cómo putas?   Es decir, en qué momento y de qué forma comienzan a arraigar los parámetros de “belleza” en nuestras cabezas.   Las respuestas facilonas a mi pregunta fueron las obvias: el sistema y los medios.  Si algo no funciona habrá que culpar al sistema, ese ente imaginario, ambiguo que siempre nos parece ajeno. Alguien tendría que decirnos, señor, señora, joven señorita, usted  también es el sistema, pero esa es otra historia.  Y si no basta con culpar al sistema, entonces culpemos a los medios, esos monstruos enajenantes que nos dictan que pensar, cómo actuar, qué vestir, que creer y que  despreciar sin que, pareciera, pudiéramos oponer voluntad alguna.  Pero no me gustan las respuestas facilonas, y cada vez menos disfruto el papel de víctima del sistema, lo que no implica que exima estos dos factores, claro que son determinantes pero supongo hay algo más, siempre hay algo más.  Entonces seguí dando vueltas al asunto, azuzando los sentidos por si algo en el mundo me daba elementos para comprender y así fue, en el transporté público de regreso a casa escuché la conversación de dos jóvenes madres, ambas de complexión regular y ambas meticulosamente arregladas para ser un miércoles  por la noche.   Una de ellas le decía a la otra, es que ya le dije a Sam que si sigue comiendo como come se va a poner gorda y  fea,  a lo que la otra responde, pero Sam no está gorda,  y la primera agrega tiene 8 años y ya tengo que comprarle talla 14, interviene nuevamente la segunda pero es que es alta, finalmente concluye la mamá de Sam, peor tantito gorda y alta va a parecer vaca, ambas ríen.  Levanté la mirada un poco y me di cuenta entonces, que Sam está presente, se encoge de hombros como esperando que nadie más en el camión haya escuchado a su madre o que por lo menos no la noten en ese camino a parecer una vaca gorda y alta.
Hay una fábula de Augusto Monterroso que se llama: La rana que quería ser una rana auténtica, en ella como su nombre lo indica,  narra como una ranita se empeñó toda su vida en lograr ser una rana auténtica, primero observándose compulsivamente en un espejo, después haciendo caso a  lo que decían los demás  y finalmente ejercitando tanto sus ancas hasta que le fueron arrancadas con la triste noticia que quien se las comió aseveró que sabían a pollo.  Disfruto mucho de trabajar este texto con mis tutorados, porque invariablemente aparece el conflicto en torno a la autenticidad, la pregunta concretamente ¿Logra la Rana ser una rana auténtica o no?  Los argumentos se polarizan y son dos, por un lado  los que dicen que no la rana no es auténtica porque pasa su vida atendiendo a lo que los demás le dicen tendría que hacer, por otro lado, los que dicen que sí, lo consigue en tanto que su convicción última es ser auténtica y  está dispuesta a todo para lograrlo.  Y entonces el cuestionamiento reaparece, ¿es auténtico ese deseo de belleza estandarizada?   Acompañada por supuesto del cuestionamiento en contra parte ¿Somos más auténticos por alejarnos de ese canon?

La verdad es que no tengo respuestas, pero sé que me molesta hablar de mujeres reales e invisibles, todas las mujeres somos reales y somos diversas y que bueno que así sea,  que aburrido sería vivir en un mundo plano donde todo fuera curvas o todo fuera rectas. El problema no es ese,  el problema es la energía y el tiempo que gastamos hablando y trabajando para las apariencias,  ahora mismo llevo dos cuartillas (gracias si usted ha llegado hasta este punto en su lectura) dilucidando en torno a la valía o invalidez de la belleza  y este tamborilear de dedos sobre las teclas surgió por una notita que  abre con la interrogante ¿Las mujeres gordas pueden ser bellas?   Y es una alegoría a la belleza de las mujeres de tallas grandes  y está bien,  pero después las mujeres de tallas pequeñas repelan y  nadie habla de lo importante y lo importante no tiene que ver con ser delgada o gorda. Ahí seguimos dando tumbos, defendiendo  lo indefendible  porque ni siquiera tendría que estar en cuestión.   Me encantan las mujeres que se visibilizan por su incursión en el arte o la ciencia o por ser las mamás más maravillosas del universo o  las mejores maestras, médicos, escritoras esas que entran a  la sala  y comienzan a hablar y no importa si pesan 50 o 100 kilos hipnotizan con su discurso, invitan a debatirles a conversar  y qué más da si vienen envueltas en un saco de  papas o al último grito de la moda, los ahí presentes no pueden parar de observarlas porque es más que evidente que sabe de lo que habla. Admiró de sobre manera a esas mujeres que tienen un corazón enorme que se les desborda el amor del pecho  y no importa de dónde ni como llegues tienen el abrazo perfecto  y  que son mamás y abuelas y tías y ellas también vienen en todos tamaños y eso nunca, nunca ha sido un problema.   Y eso,  eso es lo importante, lo que nos hace bellas o terriblemente horrendas. 

viernes, 16 de octubre de 2015

Día 5 de silencio

Cinco días de ausencia, he tenido frío.   Constato entonces que el mejor poema es el que me escribo en el cuerpo.  Ahogo el grito,  te pienso frenéticamente.  Resisto, persisto. 

miércoles, 14 de octubre de 2015

Día 3 de silencio

En breve:
-No he muerto
-Regresé a mis clases de Yoga
-Vi "El último viaje a escocia" 
-Terminé de leer "Educar a los Topos"
-Preparé emparedados para el almuerzo
-La batería de mi celular duró todo el día 
- Extraño al señor XX 

martes, 13 de octubre de 2015

Una semana de silencio

Una semana sin facebook, ese fue el reto. Callar las voces artificiales de ese mundo imaginario donde parece que todo mundo está en condición de intimar con las historias que todos ahí nos contamos. Fue un impulso más que una decisión. Era lunes y desperté cansada, con ese hartazgo existencial que no me permite ir más allá de la cocina. Estás aburrida, no deprimida- me dijo Óscar seguido de un guiño que no pude descifrar. No lo negué ni lo acepté, pero me quedé pensando en ello toda la mañana.  Mucho de cierto había en esa afirmación, estoy cansada y aburrida del mundo y eso me deprime enormemente. Fumé en ayunas, tenía mucho que no recurría a esa mal hábito para estimular mi sistema nervioso, la necesidad de sentir algo supongo. Después vino la necesidad de callar todas las voces, de no escuchar más que la mía; hablar con Gabriela y para Gabriela.  Tengo 32 años en este mundo sin saber como funciona, sobreviviendo a él y a mi. No sé si me gusta mi vida, no sé si he sabido vivirla, sé que respiro, camino, hablo, pienso, siento y sentir es el problema, siento más de la cuenta.  En fin, decidí dejar de reñir con el silencio, elegí edificar una muralla temporal para hacer mía la soledad. Una semana lejos de facebook. Día dos, aquí estoy gritando que me duele el corazón y que sigo sin encontrar razones.

sábado, 29 de agosto de 2015

nOVELAS ROSAS

Cosas que a nadie le importan pero que a Lila emocionan.
Tendría escasos siete años mi Gabrielita, cuando una mañana de sábado y sin mucho que hacer encontró el cajón de las novelas rosas de mamá; “novelas con corazón” decía el eslogan que se enmarcaba en la parte inferior derecha de los pequeños librillos de bolsillo en tonos pastel, en la portada podían verse fotos de parejas atractivas que se miraban lascivamente, en la parte superior los nombres Julia, Bianca o Jazmín. Ese fue mi primer acercamiento formal a la lectura, utilizo el termino formal porque antes de eso, leía las versiones breves de los cuentos de los hermanos Green en esos libros enormes que son 90% ilustraciones y 10% texto; y “El corazón confundido” nombre que llevaba la primera de esas novelas que leí, eran 180 páginas de sólo texto, debo decir que no entendí ni la mitad de lo que leía, pero eso no hizo que fuera menos excitante la experiencia, una empalagosa historia de amor para una enamoradiza y solitaria niña precoz, era como maná del cielo; seguí leyendo, por mucho tiempo y en secreto las novelas de mamá, en secreto porque no eran cuentos para niños decía ella, y bueno, es cierto que además de romance e intrigas tenían un alto contenido sexoso, pero en realidad eso lo fui entendiendo después, quizás cuando decidí hacerme de un diccionario. Al paso del tiempo, se volvió aburrido mi placer secreto, todas tenían la misma estructura y eran tan predecibles que perdí el interés. Por otro lado, había llegado ya la adolescencia y aunque para la mayoría era el tiempo de los besuqueos y el descubrimiento del romance; para mí fue el tiempo del descubrimiento de García Márquez y Laura Esquivel con su “como agua para Chocolate” y no es que no me besuqueara, sí también lo hacía, pero era más relevante el mundo nuevo que se abría, muchas otras formas de contar el amor, muchas otras formas de entender el sexo y páginas y páginas y páginas que sin ilustraciones me emboban por horas y horas. Una buena casualidad me puso en una biblioteca a los 16 años y eso me permitió saber que en otros continentes también se hacía literatura, acercarme a la poesía, tratar de descifrar textos filosóficos, comenzar a apreciar la novela gráfica, tomar aprecio por la literatura infantil y un largo etcétera de cosas. Decanté por estudiar Filosofía cambié mis lecturas, descubrí un gusto distinto por otra literatura, conocí bibliófilos, críticos literarios, expertos en temas específicos sobre tal o cual obra, hice confetí mi vida entre tanto. Me fui, un año entero a leer a la sierra, regresé y seguí con mi vida. El tiempo de la lectura en clandestinidad de novelas rosas estaba muy lejos y entonces vine a vivir por primera vez a Guanajuato, tenía 24 años, eran tiempos difíciles el corazón estaba roto como de costumbre, el trabajo inestable y la terquedad a tope como para volver a casa de mis padres; vivía en una pequeña habitación en la parte más alta de un callejón, una habitación sin nada más que una cama y una silla; no tenía internet y los Smartphone aún no eran de uso corriente; silencio, un silencio de viento silbando en el callejón, un silencio de incapacitada social que podía pasar días enteros sin interactuar con otro humano a no ser para lo indispensable. Bajo presupuesto, una biblioteca con grandes exigencias para el préstamo domiciliario; entre la depresión y el desamparo caminando por la ciudad me encontré una pequeñísima librería de viejo, donde dado mi mala economía comencé a comprar libros por volumen, buscaba las novelas más gruesas que sabía me durarían por lo menos dos semanas hasta que pudiera disponer de un poco más de dinero para ir por otra; un nuevo universo, versiones completas de los clásicos, ese cuarto de Guanajuato me vio llorar con Nuestra señor de París, emocionarme con los Tres Mosqueteros, sentir rabia y sentimientos encontrados con Los Miserables, pero sobre todo me vio sonreir y suspirar cuando un sábado por la mañana volví de la librería con una nueva novela, un libro medianamente gordo de pastas rosadas que ostentaba en la portada una mujer con un sombrero atado a su cuello y un hombre elegantemente vestido con un sombrero de copa, en la parte superior en letra cursiva se leía Orgullo y Prejuicio, Jean Austen. Comencé a leer y poco a poquito fui quedando atrapada en su manera de narrar, suspire por Mr. Darcy y me sentí avergonzada apenas después de hacerlo; estaba leyendo una novela rosa y la disfrutaba como nada, en ese momento, en el mundo. Me fui de Guanajuato, el mundo dio muchas vueltas conocí otras ciudades y también muchos autores me clave con los japoneses contemporáneos y no tan contemporáneos, me intoxiqué con Kundera, seguí alimentando mi gusto por Ende, Bradbury y Asimov, conocí a Gaiman y a Palahniuk; pero no pude separarme nunca más de la novela rosa, terminé por reconocer que es uno de esos placeres entre culpables y gozosos que me fascinan, leí todos y cada uno de los libros que encontré de Austen, exploré otra autoras y autores. Todo esto viene a cuento, porque el día de hoy me encontré con la maravillosa noticia de que la BBC está por estrenar una miniserie de El amante de Lady Chatterley, y además de las altas expectativas (la adaptación de orgullo y prejuicio de la BBC a mi parecer es la mejor que hasta ahora se ha realizado) la noticia desató ese torrente de recuerdos intentando dar respuesta a la pregunta ¿Gabrielita, desde cuándo eres tan marica? Y la respuesta es de toda la vida, no puedo evitarlo, ni repudiarlo y menos negarlo, Soy Gabriela y amo las novelas rosas.

viernes, 3 de julio de 2015

Gabrielas

Era como una pesadilla, tres mujeres con el mismo nombre, mi nombre. Por un momento pensé en el desdoblamiento de mi conciencia, quizás la embriaguez había logrado hacer visibles a esas mujeres de las que tanto hablo y que supongo me habitan, quizás después de todo no se llamen ni Matilde, ni Lila, ni Merlina. Las observé con curiosidad -no todos los días se tiene oportunidad de ver a tus alter egos sentados en la misma mesa que tú- pensé. No sólo no eran como las imaginé, eran la antípoda de mi idea de ellas; llevaban vestidos ajustados, tenían puesta esa horrible máscara de maquillaje que tanto me asusta, sus cabelleras pese a la lluvia estaban perfectamente alisadas, dos de ellas fumaban cigarros mentolados, la otra prefería no hacerlo. Me pregunté entonces cómo hice para crear esos entes, qué deseos reprimidos le habían dado vida a ese tipo de personaje en mi cabeza. Comenzó la conversación y un escalofrío atroz recorrió todo mi cuerpo, reían a le menor provocación, risas estruendosas, terribles, sin alma. Una mezcla de tristeza y decepción comenzaba a apoderarse de mí, ellas se hacían más grandes y yo cada vez más pequeña, sus voces cada vez eran más fuertes y la mía se extinguía. Estaba a punto de huir, pero si habitaban mi cabeza, seguro no podría ir muy lejos; quise entonces confrontarlas, para aniquilarlas, si eran producto de mi imaginación, no sería problema, apunto estaba de ello, cuando una mano sacudió mi brazo y una voz de otra dimensión me dijo –Gaby, Gaby, estás bien, ya se fueron tus tocayas, no te cayeron nada bien verdad?

jueves, 25 de junio de 2015

Inteseando en el cine

Neurosis matutinas 33.
 Ayer, pese a todo pronóstico de experiencia traumática, me aventuré al cine, la decisión entre ver dionosaurios o emociones animadas la tomó el reloj, sobreviví a la mirada inquisidora del hombre de la taquilla que reiteradas veces preguntó ¿Sólo uno? sobreviví a la mujer de la dulcería que me ofreció agrandar mis palomitas por 10 pesos y me miro con ironía cuando remarqué “medianas”; sobreviví a la horda de infantes escandalosos y preguntones en la sala; sobreviví al cortometraje de los volcanes, que ahora bajo otras formas menos ortodoxas sigue fomentando la visión Disney del amor, ya saben esa de que todos debemos ir de dos en dos si no queremos ser miserables;  es más, llegó un punto en el que deje de sobrevivir  y disfruté la película.  El día de hoy al llegar al trabajo, resultó que la mitad de mis compañeros me vieron en el cine, con mi combo Forever Alone e inmediatamente me interpelaron respecto de mis razones de ir sola al cine ello acompañado de una mirada que mezclaba la condescendencia  y la compasión. Me limité a sonreír y guardar silencio, con la intención de alejarme lentamente del sitio y no hablar más al respecto, di un par de pasos atrás y me permití escuchar sus apreciaciones  sobre la película:
-          Ay está bien bonita, uno se da cuenta que es mejor no sentir tristeza.
-          Sí, a mí me gustó mucho que al final ganó la alegría
-          Tiene un mensaje bien bonito para los niños: estar triste está mal
 Pensé que no entendí nada, que quizás vimos películas distintas o que esa es una de las principales razones para elegir ir sola al cine cuando las opciones de compañía son de vistas tan limitadas.   

Si soy una amargada! Pero vayan a ver Intensamente, está bien bonita!

domingo, 14 de junio de 2015

Cosas de grandes y cosas de niños.


Ayer hablaba con mi analista (sí, tengo una analista) sobre mi condición enamoradiza de toda la vida, el primer amor (imposible) de mi vida, lo conocí cuando tenía 5 años, él seguramente debió tener 10. Recuerdo que esperaba con ansias los festejos vecinales para poder verlo, que aprendí a escribir un poco antes de entrar a la primaria con la única convicción de escribirle la carta de amor más maravillosa que jamás en la historia se hubiera escrito; después de leerla, pensaba yo, él quedaría eclipsado por mi talento para escribir cartas y me pediría que me fugara con él. Afortunadamente eso nunca paso, bueno si escribí una carta, pero ni fue la más maravillosa ni la entregué nunca a su destinatario, ergo no me fugué con el amor (imposible) de mi vida a los 5 años.
Sucedió también que ayer mientras esperaba en la banca de un parque y habiendo olvidado mis audífonos, escuché a un padre aleccionando a un pequeño de no más de 6 años, resulta que había recibido la queja ya reiteradas veces de que Marco se besaba en la boca con Bere.
-Marco no puedes besarte con Bere en la boca, está mal
-Pero tu besas a mi mamá en la boca
-Sí, pero porque yo amo a tu mamá
- Pues yo también amo a Bere
-No Marco, el amor es cosa de grandes
Justo en esa parte me contuve para no intervenir, quería decirle, no señor, está usted muy equivocado, el amor no es cosa de grandes, es cosa de todos. Por obvias razones no dije nada, pero me quedé pensando en la empatía que mi Gabrielita tenía con Marcos, es cierto yo no besaba a nadie, yo escribía (escribo) idilicas cartas, pero también soy de los que nacimos descompuestos y se nos cuela el amor desde pequeños y por todas partes.

domingo, 7 de junio de 2015

recuerdos

Un recuerdo atraviesa la tarde, como era de esperarse viene desparpajado y mal oliente.  Le veo, me ha visto, pero fingimos no conocernos, no fui yo la que le ha vivido; no fu él quien me ha marcado.  Desconocidos bebiendo en el mismo bar, un bar para corazones rotos, para almas solas y personas tristes; para nostalgias que  lo mismo visten glamurosamente que con los peores harapos que el tiempo  les ha otorgado.   Yo pido una cerveza,  él mezcal; sabe que detesto el mezcal, que no soporto ese sabor acre  que quema no sólo las papilas gustativas sino todo mi tracto digestivo. Cínico y de reojo me mira y levanta su breve tarrito para brindar por la desventura que nos une.  Dramática y aparentemente desentendida correspondo al gesto y doy un trago largo, sintiendo en mi paladar el amargo elixir que sabiéndolo de sobra me ata más y más a  esa memoria perdida que hoy aparece y desearía olvidada.  Se acerca desgarbado, le reconozco de principio a fin y me estremezco, sin pedírselo me enciende un cigarrillo  y balbucea con su aliento aguardentoso polvosas palabras a mi oído. Son fuegos artificiales que estallan peligrosamente  muy cerca del corazón. Que se vaya, le pido que se vaya, demasiadas lágrimas ya han corrido en este sitio, pero no le importan mis ruegos se abraza a mis cabellos desordenados y juega con el esbozo de triste sonrisa que apenas atino a dibujar en mi rostro cansado de andar.  No me resisto más y tomo su mano, me hundo entonces en sus veredas y brindo con él una y otra y otra vez, mezcal y cerveza invaden el caer de mi sol. Me besa, lo siento tan mío como si apenas fuera ayer que lo he fabricado, me hace tan suya en un abrazo como si apenas sucediera. Y no sé  si es grato o detestable, pero lo siento, lo siento desde el centro y expandiéndose a todos mis continentes. Me dejo llevar, me dejo ser manojo de vulnerabilidad ante un pasado distante y gris, pero feliz.  Y justo entonces, como todo en mi mundo, cuando los colores cambian, se desvanece se pierde, se aleja, se va.  Un trago más, le busco, se fue.  Se quedan las ganas de llorar, el vacío contundente de manos y palabras y noches y tú.   

viernes, 27 de febrero de 2015

Derrota en segundo asalto

Sé que sabes que me duele. Al final terminé por entenderlo todo o por no entender nada. Pero esta carta no pretende ser un cúmulo de quejas y dolores, porque esos van a  permanecer el tiempo justo y necesario para aprender de ellos y seguir viviendo.  Este correo es más con la intención de decir gracias; la muerte de los que amé me ha enseñado cosas importantes y una de esas es no guardar lo que siento, no esperar a que sea muy tarde y arrepentirse por lo no dicho. Me gustaría poder decirlo y no tener que escribirlo,  pero no puedo estoy muy triste,  enojada y confundida y hablar contigo sólo lo empeoraría. Pues bien, muchas gracias por este pedacito de mundo que caminaste conmigo, aunque vertiginoso al final, fue maravilloso, me voy con el corazón roto, pues realmente creí que tú y yo podríamos ser eternos, porque nunca mentí cuando te dije que te amaba, porque estaba contando los días para volver a verte. Pero el amor es un puente, y los puentes no se pueden sostener de un solo lado. Desde hace días te noté raro, distante y no sé cuántas veces lo dije, incluso trate de creerme que la que estaba imaginando cosas era yo, pero sabes pocas veces me equivoco y la serie de acciones que se siguieron lo confirmaron. No sé qué paso en el camino, no sé qué se rompió entre nosotros, pero de todas maneras gracias, por darme esos meses de fantasía donde ser nube daba sentido al mundo y como dos locos se lo gritamos. En fin, te dejo con tu mundo, ese en el que no encajo y me pidas que no me entrometa. Me voy con mis dramas, mis cartas, mis canciones, mis tristezas, pero sobre todo me voy con la convicción que esta vez yo no hice las cosas mal, al contrario me esforcé en todo momento por hacerlas bien; me voy con todo este amor que  alguna manera encontrare de volver hacia mí y aunque me duele despedirme, hago del desastre fortaleza y me digo que este abismo que me separa de ti, es un paso pequeño, el primero para quererme a mí.

Yo no corro, yo vuelo y a veces caigo, pero esta vez no voy a arrastrarme. 

Lo importante

13:19
Are: ¿Cómo me veo?
Lila: Pareces un elefante
Are: Oh! Los elefantes son hermosos, gracias.

Que si somos gordas, que si somos flacas; que si vestimos bien o si no hay moda que nos quede; que si la belleza y la norma es ser delgada; que si las flacas son bonitas y entonces son tontas, que si la salud, la imagen y las relaciones; que si somos invisibles o somos “reales”  y que si un montón de cosas que hacen notar la eterna pugna entre lo que somos y lo que se espera que seamos, porque parece que no pudiéramos alejarnos ni siquiera un poco de los mecanismos de control y ahí vamos, dando tumbos, adoptando eufemismos: ahora las gordas somos curvy  y para hacernos visibles modelamos calzones;  sintiendo culpa por el postre que no debíamos comer;  odiando nuestros cuerpos porque tienen royitos o estrías o porque no termina de ser lo suficientemente delgados o torneados o firmes;   y nada, que de todas formas no terminamos de vernos nunca como tendríamos que vernos. 
Ayer fue día internacional en contra de la violencia a las mujeres,  luego entonces mis amigas activistas comenzaron a postear estadísticas y fotos con cifras alarmantes  sobre violencia física, sexual, psicológica y emocional, de toda esa información que circuló ayer en las redes una particularmente me dejo inquieta, el 85% de niñas cree que es gorda y el  57% de niñas cree que es fea.  ¿Cómo putas?   Es decir, en qué momento y de qué forma comienzan a arraigar los parámetros de “belleza” en nuestras cabezas.   Las respuestas facilonas a mi pregunta fueron las obvias: el sistema y los medios.  Si algo no funciona habrá que culpar al sistema, ese ente imaginario, ambiguo que siempre nos parece ajeno. Alguien tendría que decirnos, señor, señora, joven señorita, usted  también es el sistema, pero esa es otra historia.  Y si no basta con culpar al sistema, entonces culpemos a los medios, esos monstruos enajenantes que nos dictan que pensar, cómo actuar, qué vestir, que creer y que  despreciar sin que, pareciera, pudiéramos oponer voluntad alguna.  Pero no me gustan las respuestas facilonas, y cada vez menos disfruto el papel de víctima del sistema, lo que no implica que exima estos dos factores, claro que son determinantes pero supongo hay algo más, siempre hay algo más.  Entonces seguí dando vueltas al asunto, azuzando los sentidos por si algo en el mundo me daba elementos para comprender y así fue, en el transporté público de regreso a casa escuché la conversación de dos jóvenes madres, ambas de complexión regular y ambas meticulosamente arregladas para ser un miércoles  por la noche.   Una de ellas le decía a la otra, es que ya le dije a Sam que si sigue comiendo como come se va a poner gorda y  fea,  a lo que la otra responde, pero Sam no está gorda,  y la primera agrega tiene 8 años y ya tengo que comprarle talla 14, interviene nuevamente la segunda pero es que es alta, finalmente concluye la mamá de Sam, peor tantito gorda y alta va a parecer vaca, ambas ríen.  Levanté la mirada un poco y me di cuenta entonces, que Sam está presente, se encoge de hombros como esperando que nadie más en el camión haya escuchado a su madre o que por lo menos no la noten en ese camino a parecer una vaca gorda y alta.
Hay una fábula de Augusto Monterroso que se llama: La rana que quería ser una rana auténtica, en ella como su nombre lo indica,  narra como una ranita se empeñó toda su vida en lograr ser una rana auténtica, primero observándose compulsivamente en un espejo, después haciendo caso a  lo que decían los demás  y finalmente ejercitando tanto sus ancas hasta que le fueron arrancadas con la triste noticia que quien se las comió aseveró que sabían a pollo.  Disfruto mucho de trabajar este texto con mis tutorados, porque invariablemente aparece el conflicto en torno a la autenticidad, la pregunta concretamente ¿Logra la Rana ser una rana auténtica o no?  Los argumentos se polarizan y son dos, por un lado  los que dicen que no la rana no es auténtica porque pasa su vida atendiendo a lo que los demás le dicen tendría que hacer, por otro lado, los que dicen que sí, lo consigue en tanto que su convicción última es ser auténtica y  está dispuesta a todo para lograrlo.  Y entonces el cuestionamiento reaparece, ¿es auténtico ese deseo de belleza estandarizada?   Acompañada por supuesto del cuestionamiento en contra parte ¿Somos más auténticos por alejarnos de ese canon?

La verdad es que no tengo respuestas, pero sé que me molesta hablar de mujeres reales e invisibles, todas las mujeres somos reales y somos diversas y que bueno que así sea,  que aburrido sería vivir en un mundo plano donde todo fuera curvas o todo fuera rectas. El problema no es ese,  el problema es la energía y el tiempo que gastamos hablando y trabajando para las apariencias,  ahora mismo llevo dos cuartillas (gracias si usted ha llegado hasta este punto en su lectura) dilucidando en torno a la valía o invalidez de la belleza  y este tamborilear de dedos sobre las teclas surgió por una notita que  abre con la interrogante ¿Las mujeres gordas pueden ser bellas?   Y es una alegoría a la belleza de las mujeres de tallas grandes  y está bien,  pero después las mujeres de tallas pequeñas repelan y  nadie habla de lo importante y lo importante no tiene que ver con ser delgada o gorda. Ahí seguimos dando tumbos, defendiendo  lo indefendible  porque ni siquiera tendría que estar en cuestión.   Me encantan las mujeres que se visibilizan por su incursión en el arte o la ciencia o por ser las mamás más maravillosas del universo o  las mejores maestras, médicos, escritoras esas que entran a  la sala  y comienzan a hablar y no importa si pesan 50 o 100 kilos hipnotizan con su discurso, invitan a debatirles a conversar  y qué más da si vienen envueltas en un saco de  papas o al último grito de la moda, los ahí presentes no pueden parar de observarlas porque es más que evidente que sabe de lo que habla. Admiró de sobre manera a esas mujeres que tienen un corazón enorme que se les desborda el amor del pecho  y no importa de dónde ni como llegues tienen el abrazo perfecto  y  que son mamás y abuelas y tías y ellas también vienen en todos tamaños y eso nunca, nunca ha sido un problema.   Y eso,  eso es lo importante, lo que nos hace bellas o terriblemente horrendas. 
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Día 5 de silencio

12:02
Cinco días de ausencia, he tenido frío.   Constato entonces que el mejor poema es el que me escribo en el cuerpo.  Ahogo el grito,  te pienso frenéticamente.  Resisto, persisto. 
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Día 3 de silencio

20:50
En breve:
-No he muerto
-Regresé a mis clases de Yoga
-Vi "El último viaje a escocia" 
-Terminé de leer "Educar a los Topos"
-Preparé emparedados para el almuerzo
-La batería de mi celular duró todo el día 
- Extraño al señor XX 

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Una semana de silencio

10:51
Una semana sin facebook, ese fue el reto. Callar las voces artificiales de ese mundo imaginario donde parece que todo mundo está en condición de intimar con las historias que todos ahí nos contamos. Fue un impulso más que una decisión. Era lunes y desperté cansada, con ese hartazgo existencial que no me permite ir más allá de la cocina. Estás aburrida, no deprimida- me dijo Óscar seguido de un guiño que no pude descifrar. No lo negué ni lo acepté, pero me quedé pensando en ello toda la mañana.  Mucho de cierto había en esa afirmación, estoy cansada y aburrida del mundo y eso me deprime enormemente. Fumé en ayunas, tenía mucho que no recurría a esa mal hábito para estimular mi sistema nervioso, la necesidad de sentir algo supongo. Después vino la necesidad de callar todas las voces, de no escuchar más que la mía; hablar con Gabriela y para Gabriela.  Tengo 32 años en este mundo sin saber como funciona, sobreviviendo a él y a mi. No sé si me gusta mi vida, no sé si he sabido vivirla, sé que respiro, camino, hablo, pienso, siento y sentir es el problema, siento más de la cuenta.  En fin, decidí dejar de reñir con el silencio, elegí edificar una muralla temporal para hacer mía la soledad. Una semana lejos de facebook. Día dos, aquí estoy gritando que me duele el corazón y que sigo sin encontrar razones.
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nOVELAS ROSAS

15:36
Cosas que a nadie le importan pero que a Lila emocionan.
Tendría escasos siete años mi Gabrielita, cuando una mañana de sábado y sin mucho que hacer encontró el cajón de las novelas rosas de mamá; “novelas con corazón” decía el eslogan que se enmarcaba en la parte inferior derecha de los pequeños librillos de bolsillo en tonos pastel, en la portada podían verse fotos de parejas atractivas que se miraban lascivamente, en la parte superior los nombres Julia, Bianca o Jazmín. Ese fue mi primer acercamiento formal a la lectura, utilizo el termino formal porque antes de eso, leía las versiones breves de los cuentos de los hermanos Green en esos libros enormes que son 90% ilustraciones y 10% texto; y “El corazón confundido” nombre que llevaba la primera de esas novelas que leí, eran 180 páginas de sólo texto, debo decir que no entendí ni la mitad de lo que leía, pero eso no hizo que fuera menos excitante la experiencia, una empalagosa historia de amor para una enamoradiza y solitaria niña precoz, era como maná del cielo; seguí leyendo, por mucho tiempo y en secreto las novelas de mamá, en secreto porque no eran cuentos para niños decía ella, y bueno, es cierto que además de romance e intrigas tenían un alto contenido sexoso, pero en realidad eso lo fui entendiendo después, quizás cuando decidí hacerme de un diccionario. Al paso del tiempo, se volvió aburrido mi placer secreto, todas tenían la misma estructura y eran tan predecibles que perdí el interés. Por otro lado, había llegado ya la adolescencia y aunque para la mayoría era el tiempo de los besuqueos y el descubrimiento del romance; para mí fue el tiempo del descubrimiento de García Márquez y Laura Esquivel con su “como agua para Chocolate” y no es que no me besuqueara, sí también lo hacía, pero era más relevante el mundo nuevo que se abría, muchas otras formas de contar el amor, muchas otras formas de entender el sexo y páginas y páginas y páginas que sin ilustraciones me emboban por horas y horas. Una buena casualidad me puso en una biblioteca a los 16 años y eso me permitió saber que en otros continentes también se hacía literatura, acercarme a la poesía, tratar de descifrar textos filosóficos, comenzar a apreciar la novela gráfica, tomar aprecio por la literatura infantil y un largo etcétera de cosas. Decanté por estudiar Filosofía cambié mis lecturas, descubrí un gusto distinto por otra literatura, conocí bibliófilos, críticos literarios, expertos en temas específicos sobre tal o cual obra, hice confetí mi vida entre tanto. Me fui, un año entero a leer a la sierra, regresé y seguí con mi vida. El tiempo de la lectura en clandestinidad de novelas rosas estaba muy lejos y entonces vine a vivir por primera vez a Guanajuato, tenía 24 años, eran tiempos difíciles el corazón estaba roto como de costumbre, el trabajo inestable y la terquedad a tope como para volver a casa de mis padres; vivía en una pequeña habitación en la parte más alta de un callejón, una habitación sin nada más que una cama y una silla; no tenía internet y los Smartphone aún no eran de uso corriente; silencio, un silencio de viento silbando en el callejón, un silencio de incapacitada social que podía pasar días enteros sin interactuar con otro humano a no ser para lo indispensable. Bajo presupuesto, una biblioteca con grandes exigencias para el préstamo domiciliario; entre la depresión y el desamparo caminando por la ciudad me encontré una pequeñísima librería de viejo, donde dado mi mala economía comencé a comprar libros por volumen, buscaba las novelas más gruesas que sabía me durarían por lo menos dos semanas hasta que pudiera disponer de un poco más de dinero para ir por otra; un nuevo universo, versiones completas de los clásicos, ese cuarto de Guanajuato me vio llorar con Nuestra señor de París, emocionarme con los Tres Mosqueteros, sentir rabia y sentimientos encontrados con Los Miserables, pero sobre todo me vio sonreir y suspirar cuando un sábado por la mañana volví de la librería con una nueva novela, un libro medianamente gordo de pastas rosadas que ostentaba en la portada una mujer con un sombrero atado a su cuello y un hombre elegantemente vestido con un sombrero de copa, en la parte superior en letra cursiva se leía Orgullo y Prejuicio, Jean Austen. Comencé a leer y poco a poquito fui quedando atrapada en su manera de narrar, suspire por Mr. Darcy y me sentí avergonzada apenas después de hacerlo; estaba leyendo una novela rosa y la disfrutaba como nada, en ese momento, en el mundo. Me fui de Guanajuato, el mundo dio muchas vueltas conocí otras ciudades y también muchos autores me clave con los japoneses contemporáneos y no tan contemporáneos, me intoxiqué con Kundera, seguí alimentando mi gusto por Ende, Bradbury y Asimov, conocí a Gaiman y a Palahniuk; pero no pude separarme nunca más de la novela rosa, terminé por reconocer que es uno de esos placeres entre culpables y gozosos que me fascinan, leí todos y cada uno de los libros que encontré de Austen, exploré otra autoras y autores. Todo esto viene a cuento, porque el día de hoy me encontré con la maravillosa noticia de que la BBC está por estrenar una miniserie de El amante de Lady Chatterley, y además de las altas expectativas (la adaptación de orgullo y prejuicio de la BBC a mi parecer es la mejor que hasta ahora se ha realizado) la noticia desató ese torrente de recuerdos intentando dar respuesta a la pregunta ¿Gabrielita, desde cuándo eres tan marica? Y la respuesta es de toda la vida, no puedo evitarlo, ni repudiarlo y menos negarlo, Soy Gabriela y amo las novelas rosas.
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Gabrielas

16:27
Era como una pesadilla, tres mujeres con el mismo nombre, mi nombre. Por un momento pensé en el desdoblamiento de mi conciencia, quizás la embriaguez había logrado hacer visibles a esas mujeres de las que tanto hablo y que supongo me habitan, quizás después de todo no se llamen ni Matilde, ni Lila, ni Merlina. Las observé con curiosidad -no todos los días se tiene oportunidad de ver a tus alter egos sentados en la misma mesa que tú- pensé. No sólo no eran como las imaginé, eran la antípoda de mi idea de ellas; llevaban vestidos ajustados, tenían puesta esa horrible máscara de maquillaje que tanto me asusta, sus cabelleras pese a la lluvia estaban perfectamente alisadas, dos de ellas fumaban cigarros mentolados, la otra prefería no hacerlo. Me pregunté entonces cómo hice para crear esos entes, qué deseos reprimidos le habían dado vida a ese tipo de personaje en mi cabeza. Comenzó la conversación y un escalofrío atroz recorrió todo mi cuerpo, reían a le menor provocación, risas estruendosas, terribles, sin alma. Una mezcla de tristeza y decepción comenzaba a apoderarse de mí, ellas se hacían más grandes y yo cada vez más pequeña, sus voces cada vez eran más fuertes y la mía se extinguía. Estaba a punto de huir, pero si habitaban mi cabeza, seguro no podría ir muy lejos; quise entonces confrontarlas, para aniquilarlas, si eran producto de mi imaginación, no sería problema, apunto estaba de ello, cuando una mano sacudió mi brazo y una voz de otra dimensión me dijo –Gaby, Gaby, estás bien, ya se fueron tus tocayas, no te cayeron nada bien verdad?
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Inteseando en el cine

14:44
Neurosis matutinas 33.
 Ayer, pese a todo pronóstico de experiencia traumática, me aventuré al cine, la decisión entre ver dionosaurios o emociones animadas la tomó el reloj, sobreviví a la mirada inquisidora del hombre de la taquilla que reiteradas veces preguntó ¿Sólo uno? sobreviví a la mujer de la dulcería que me ofreció agrandar mis palomitas por 10 pesos y me miro con ironía cuando remarqué “medianas”; sobreviví a la horda de infantes escandalosos y preguntones en la sala; sobreviví al cortometraje de los volcanes, que ahora bajo otras formas menos ortodoxas sigue fomentando la visión Disney del amor, ya saben esa de que todos debemos ir de dos en dos si no queremos ser miserables;  es más, llegó un punto en el que deje de sobrevivir  y disfruté la película.  El día de hoy al llegar al trabajo, resultó que la mitad de mis compañeros me vieron en el cine, con mi combo Forever Alone e inmediatamente me interpelaron respecto de mis razones de ir sola al cine ello acompañado de una mirada que mezclaba la condescendencia  y la compasión. Me limité a sonreír y guardar silencio, con la intención de alejarme lentamente del sitio y no hablar más al respecto, di un par de pasos atrás y me permití escuchar sus apreciaciones  sobre la película:
-          Ay está bien bonita, uno se da cuenta que es mejor no sentir tristeza.
-          Sí, a mí me gustó mucho que al final ganó la alegría
-          Tiene un mensaje bien bonito para los niños: estar triste está mal
 Pensé que no entendí nada, que quizás vimos películas distintas o que esa es una de las principales razones para elegir ir sola al cine cuando las opciones de compañía son de vistas tan limitadas.   

Si soy una amargada! Pero vayan a ver Intensamente, está bien bonita!
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Cosas de grandes y cosas de niños.

12:00

Ayer hablaba con mi analista (sí, tengo una analista) sobre mi condición enamoradiza de toda la vida, el primer amor (imposible) de mi vida, lo conocí cuando tenía 5 años, él seguramente debió tener 10. Recuerdo que esperaba con ansias los festejos vecinales para poder verlo, que aprendí a escribir un poco antes de entrar a la primaria con la única convicción de escribirle la carta de amor más maravillosa que jamás en la historia se hubiera escrito; después de leerla, pensaba yo, él quedaría eclipsado por mi talento para escribir cartas y me pediría que me fugara con él. Afortunadamente eso nunca paso, bueno si escribí una carta, pero ni fue la más maravillosa ni la entregué nunca a su destinatario, ergo no me fugué con el amor (imposible) de mi vida a los 5 años.
Sucedió también que ayer mientras esperaba en la banca de un parque y habiendo olvidado mis audífonos, escuché a un padre aleccionando a un pequeño de no más de 6 años, resulta que había recibido la queja ya reiteradas veces de que Marco se besaba en la boca con Bere.
-Marco no puedes besarte con Bere en la boca, está mal
-Pero tu besas a mi mamá en la boca
-Sí, pero porque yo amo a tu mamá
- Pues yo también amo a Bere
-No Marco, el amor es cosa de grandes
Justo en esa parte me contuve para no intervenir, quería decirle, no señor, está usted muy equivocado, el amor no es cosa de grandes, es cosa de todos. Por obvias razones no dije nada, pero me quedé pensando en la empatía que mi Gabrielita tenía con Marcos, es cierto yo no besaba a nadie, yo escribía (escribo) idilicas cartas, pero también soy de los que nacimos descompuestos y se nos cuela el amor desde pequeños y por todas partes.
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recuerdos

18:29
Un recuerdo atraviesa la tarde, como era de esperarse viene desparpajado y mal oliente.  Le veo, me ha visto, pero fingimos no conocernos, no fui yo la que le ha vivido; no fu él quien me ha marcado.  Desconocidos bebiendo en el mismo bar, un bar para corazones rotos, para almas solas y personas tristes; para nostalgias que  lo mismo visten glamurosamente que con los peores harapos que el tiempo  les ha otorgado.   Yo pido una cerveza,  él mezcal; sabe que detesto el mezcal, que no soporto ese sabor acre  que quema no sólo las papilas gustativas sino todo mi tracto digestivo. Cínico y de reojo me mira y levanta su breve tarrito para brindar por la desventura que nos une.  Dramática y aparentemente desentendida correspondo al gesto y doy un trago largo, sintiendo en mi paladar el amargo elixir que sabiéndolo de sobra me ata más y más a  esa memoria perdida que hoy aparece y desearía olvidada.  Se acerca desgarbado, le reconozco de principio a fin y me estremezco, sin pedírselo me enciende un cigarrillo  y balbucea con su aliento aguardentoso polvosas palabras a mi oído. Son fuegos artificiales que estallan peligrosamente  muy cerca del corazón. Que se vaya, le pido que se vaya, demasiadas lágrimas ya han corrido en este sitio, pero no le importan mis ruegos se abraza a mis cabellos desordenados y juega con el esbozo de triste sonrisa que apenas atino a dibujar en mi rostro cansado de andar.  No me resisto más y tomo su mano, me hundo entonces en sus veredas y brindo con él una y otra y otra vez, mezcal y cerveza invaden el caer de mi sol. Me besa, lo siento tan mío como si apenas fuera ayer que lo he fabricado, me hace tan suya en un abrazo como si apenas sucediera. Y no sé  si es grato o detestable, pero lo siento, lo siento desde el centro y expandiéndose a todos mis continentes. Me dejo llevar, me dejo ser manojo de vulnerabilidad ante un pasado distante y gris, pero feliz.  Y justo entonces, como todo en mi mundo, cuando los colores cambian, se desvanece se pierde, se aleja, se va.  Un trago más, le busco, se fue.  Se quedan las ganas de llorar, el vacío contundente de manos y palabras y noches y tú.   
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Derrota en segundo asalto

8:15
Sé que sabes que me duele. Al final terminé por entenderlo todo o por no entender nada. Pero esta carta no pretende ser un cúmulo de quejas y dolores, porque esos van a  permanecer el tiempo justo y necesario para aprender de ellos y seguir viviendo.  Este correo es más con la intención de decir gracias; la muerte de los que amé me ha enseñado cosas importantes y una de esas es no guardar lo que siento, no esperar a que sea muy tarde y arrepentirse por lo no dicho. Me gustaría poder decirlo y no tener que escribirlo,  pero no puedo estoy muy triste,  enojada y confundida y hablar contigo sólo lo empeoraría. Pues bien, muchas gracias por este pedacito de mundo que caminaste conmigo, aunque vertiginoso al final, fue maravilloso, me voy con el corazón roto, pues realmente creí que tú y yo podríamos ser eternos, porque nunca mentí cuando te dije que te amaba, porque estaba contando los días para volver a verte. Pero el amor es un puente, y los puentes no se pueden sostener de un solo lado. Desde hace días te noté raro, distante y no sé cuántas veces lo dije, incluso trate de creerme que la que estaba imaginando cosas era yo, pero sabes pocas veces me equivoco y la serie de acciones que se siguieron lo confirmaron. No sé qué paso en el camino, no sé qué se rompió entre nosotros, pero de todas maneras gracias, por darme esos meses de fantasía donde ser nube daba sentido al mundo y como dos locos se lo gritamos. En fin, te dejo con tu mundo, ese en el que no encajo y me pidas que no me entrometa. Me voy con mis dramas, mis cartas, mis canciones, mis tristezas, pero sobre todo me voy con la convicción que esta vez yo no hice las cosas mal, al contrario me esforcé en todo momento por hacerlas bien; me voy con todo este amor que  alguna manera encontrare de volver hacia mí y aunque me duele despedirme, hago del desastre fortaleza y me digo que este abismo que me separa de ti, es un paso pequeño, el primero para quererme a mí.

Yo no corro, yo vuelo y a veces caigo, pero esta vez no voy a arrastrarme. 
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