lunes, 26 de septiembre de 2016

él que no es él

Nula concentración, escribo dos líneas y me pierdo en los contornos de las nubes que veo desde mi ventana. Las ideas elusivas, hoy más que otros días, llevan todo el día danzando de un lado a otro; mis dedos siguen el ritmo de esa canción que dice …y morirme contigo si te matas y matarme contigo si… y ahí se pierde el ritmo y entonces pienso, que no, que está claro y no sé qué tan triste resulte asumirlo, pero no, yo nunca voy a morirme de amor, pero quizás sí que me muera amando o pretendiendo hacerlo.  Vuelvo a empezar, el cursor parpadea y yo trato de poner orden a mi cabeza, gobernar mis emociones y cumplir con mi deber. No funciona, las palabras se han puesto en fila una detrás de otra y saltan en misión suicida, antes de que pueda contenerlas para plasmarlas, explotan; malditas palabras kamikazes, malditas, malditas sean… y es que algo en mi corazón me dice que la dispersión, el silencio y el tanto ruido son consecuencia y no causa.  Uno no puede jugar y pretender que nada pase. Y es que él juega conmigo y yo me presto al juego; para después sin querer y sin ver jugar con él, que no es él sino el otro él, el que se acerca, el que llega, el que busca y no tiene ánimos de juego y nada. Pierdo a doble juego y nada, que no me puedo concentrar y no puedo escribir. Un motín de emociones, sensaciones y ganas de bailar cumbia me tienen dando vueltas de un lado a otro de la habitación enlistando hubieras y desenlaces.  Vuelvo a empezar…

miércoles, 21 de septiembre de 2016


Tenía un amigo, no imaginario espero, hace algunos años, cuando actualizaba mi blog todos los días y alguna gente perdía un par de minutos de su vida pasando a leer, en aquellos años no había likes, la banda comentaba, si le había gustado lo que leían te dejaban alguna notita buena onda, si no les gustaba algún insulto.  Iván, así se llamaba mi amigo, se involucraba con mis historias, me preguntaba detalles sobre los personajes, los lugares o la veracidad de lo que yo contaba, después de largas sesiones de preguntas y respuestas en los comentarios del blog, intercambiamos correos electrónicos. Comenzamos a enviarnos cartas, nos volvimos amigos epistolares, era extraño, pero agradable. No tenía yo una imagen física de Iván, igual pudo tener 4 manos y un bigote pelirrojo, la verdad eso no importaba. Importaba que me leía atentamente y yo lo leía a él, imaginando su voz, que tampoco nunca escuché, cada vez que lo leía. Un día Iván dejó de escribir, nunca supe más de él.  El último correo electrónico que tengo de él, está fechado en septiembre de 2006; es una respuesta a este correo:
Dear Iván:
El abuelo se fue, a veces lo extraño un poco, pero no, no es eso lo que me entristece.
Vi a Misael, cada vez más distinto, menos mío, pero no, tampoco es eso lo que me entristece.
El frío en la sierra me genera una especie de nostalgia vertiginosa, pero no, eso no me entristece. 
No sé, no estoy segura de que es lo que me entristece, pero siento como me cala hasta los huesos esta tristeza rara, que nubla la mirada y no me deja poner claras las ideas.
 Escribe pronto, son buen ungüento tus palabras.
La respuesta de Iván, que como ya dije fue la última, fue muy concreta:  Querida maga (así solían llamarme y cabe aclarar que nada tiene que ver con el personaje cortaziano que dicho sea de paso “me caga”, sino más bien con el hilo conductor de las historias de aquellos años) para de buscar tres patas al gato, pinta esa tristeza de colores, con amor Iván. 
¿Cómo se pinta de colores una tristeza que ni siquiera se tiene claro de dónde llega? ¿Cómo dejo de buscar tres patas al gato? ¿Cómo renunció a esta estirpe de melancólicos sin remedio?  ¿Cómo me saco de encima este frío de besos que cada otoño me mata?  ¿Cómo consigo un corazón no pusilánime? ¿Cómo?  ¿Cómo? ¿cómo? 
Esas fueron las preguntas que hice a Iván, no recibí respuesta pero no me di por vencida, sigo buscando, sigo intentando en ensayo y error  y me digo que no, que  este año no, que la tristeza no puede ir atada a mi nombre, y entonces me cambio el nombre y me hago llamar  Matilde, Nube o Luz.   Nada funciona.  Apenas la celebración de las brujas da inicio, a mí se me sale el corazón del pecho y se me pone a llorar desconsolado entre las manos.  Es otoño, con lo que eso duele.  

martes, 26 de julio de 2016

33-4 Porque yo no sé nadar



Guardé los sonidos de la infancia en la raíz palpitante que llevo en el pecho. Aprendí que la forma correcta de caminar es con los pies descalzos y que la única forma de apreciar la belleza de un cuerpo es mirar con atención su mapa de recuerdos. Bebí de forma desmedida las mieles de la primavera; me resigné entonces a dejar pasar el polvo, que remueve el otoño, hasta cicatrizar la herida. Avanzo con calma y cada vez con menos miedo hacía la transformación de los años, como canción pop española: todo es horrible o terriblemente bello.  

miércoles, 20 de julio de 2016

Crónicas Nadjalilaluskosas- poblanas DÍA 3: NO TENEMOS INTERNET =( YO PODRÍA SER UNA BUEN DIA.


Uno de mis episodios favoritos en Cien años de soledad es cuando todo Macondo enferma de insomnio y comienzan a olvidar, entonces José Arcadio Buen Día comienza a poner letreritos sobre las cosas con sus nombres; eventualmente saber cómo se llama algo no era suficiente, así  que además de poner su nombre, puso el para qué se usa o sirve cada cosa “esta es la vaca, la vaca da leche, la leche se pone a hervir y se combina con el café para hacer café con leche “      Me acordé de este  pedacito de Cien años de soledad, porque ayer leyendo a las brujitas, una decía de forma muy determinante que antes de aprender a leer en las estrellas el porvenir, era necesario aprender a mirar con objetividad el presente.   Dando vueltas a esa idea apareció en mi cabeza Pilar Ternera, quien en tiempos del insomnio dejó de leer el futuro en las barjas para leer el pasado, siendo en plena crisis más necesario saber quiénes eran y no quiénes serían. Evoqué a mis psicoanalistas, terapeutas y demás fauna psicoloca que he tenido a bien frecuentar en diferentes momentos de mi vida y pensaba que no están muy lejanos ni de las brujitas, ni de la primera amante del primogénito de los Buen Día,  su “mancia”  es esa, la de ayudar a leer el pasado para entender el presente. 
 Si, he tenido un poco de tiempo libre para pensar tonterías, aún no tenemos internet en casa. Cosas que me son necesarias ahora mismo:
-Dejar de pensar en él por las mañanas, las noches y el resto del día están casi bajo control, pero las mañanas son harto complicadas.
-Ubicar un parque, bosque, un pulmón  más o menos cercano a casa para caminar cavilando pendejadas sin correr el riesgo de morir atropellada ni volver a casa como quien se ha fumado una decena de cigarrillos laramy.
-Encontrar una librería, el mundo es muy triste sin libros y sin internet.


domingo, 12 de junio de 2016

BITÁCORA DE RECONSTRUCCIÓN DÍA 1


Sobre el amor, el desamor, el exhibicionismo, la intensidad, los miedos, la cerveza, las letras, la reinvención y cosas peores
ADVERTENCIA será un post exhibicionista y largo, muy largo.
Escribo porque no se volar, ese era el grito de guerra; quizás aún lo es, pero de cuando en cuando lo olvido y es que de cuando en cuando despego los pies del suelo y la cofradía de palabras gastadas que me habitan pierden importancia, no son necesarias. Hoy no es uno de esos días, hoy me son indispensables: oxígeno y alquitrán a un tiempo. Bajo mi cama, habitan de manera poco cuidadosa 72 cuadernos que cuentan mi historia; mi primer diario comencé a escribirlo cuando tenía apenas 7 años, con trazos ilegibles y apresurados registré meticulosamente cada detalle incomprensible del mundo; se vuelve vicio ¿Saben? Una aprende a hablar poco al tiempo que en secreto no puede parar de decirlo ya todo. Nadie nunca me advirtió que al pasar de los años las letras fermentan hasta convertirse en monstruosas creaturas que devoran la inmediatez. Así pues, ahí bajo la cama habitan desordenados 72 monstruos de diferentes estaturas y parecida complexión. 
Crecí en la transición del papel al ordenador, del diario bajo la cama al blog y justo en esa transición descubrí una de mis mayores filias: el exhibicionismo. Resultó que esos, mis monstruos, eran atractivos a los ojos de espectadores desconocidos que morbosamente identificaban ventanas o espejo en ellos. Comencé entonces a enchularlos, a pervertir las historias con fantasías tan inverosímiles como posibles. Poco a poco los desconocidos se volvieron conocidos, alguno más otros menos entraron a esos mundos y mi gusto por mostrarme vestida de mundos imaginarios creció hasta llegar a este punto, donde ahora ustedes me están leyendo; donde saben porque no tengo empacho en disimularlo si estoy bien, si estoy mal, si maldigo o me ha llegado la regla. Se abren cientos de cuestionamientos tantos superficiales como “profundos” que si la renuncia a la intimidad, que si a nadie le importa, que si el peligro de la información qué si, qué si, qué si… La verdad no me importa y regreso a mi grito de guerra: Escribo porque no se volar; agrego además que escribo porque soy torpe para comunicarme de otra forma, lo que ni siquiera implica que de esta lo haga bien, pero siempre será más fácil poner los dedos sobre un teclado que activar la lengua. Luego entonces, si ustedes me están leyendo, me leen, es que me conocen un poco, me saben arrebatada y absurda, apasionada y contradictoria; y por supuesto, son libres de, en caso de sentir tedio, enfado o aburrimiento al leerme de apretar ese botoncito mágico que dice dejar de seguir y listo. 
Todo esto viene a cuenta del reciente estallido emocional en el que me he visto envuelta, primero en subida, después en picada y está lejos de cualquier intento de justificación de una u otra cosa. El universo es caótico y se mueve, todo el tiempo ¿Por qué seriamos distintos nosotros? Hace mucho, mucho tiempo renuncié a la idea de la eternidad, el amor dura lo que dura dura; en esa renuncia descubrí que me gusta sentir al límite, que soy funambulista sin red y que no quiero dejar de serlo, me gusta morirme de amor y pago el costo de hacerlo. No entiendo la vida en abonos. Las cosas nunca salen como esperamos que salgan, lo que no implica que hayan salido mal, sólo salieron distintas y a llorar, lo que sea necesario y suficiente, a emborracharse y enojarse, a hundirse en largas charlas con los monstruos y exhibir la herida, después hacerle huevos a la vida y seguir bailando. Reinventarse, volver a subir a la cuerda o al trapecio y volver caer, que estamos vivos y como decía Cerati, siempre es hoy. 
Me detengo un momento y suspiro releyendo lo hasta aquí escrito y pienso y repienso ¿Cuánto dura el amor? Y me contradigo entonces, si creo en la eternidad, el amor es eterno y es motor, no así los apegos y las personas. El problema, mi problema es ese, pareciera, el eterno retorno a la idea del amor incondicional y tradicional; acribillo al otro por no ser eso que mi inconsciente desea, por no amarme como yo quiero que me amen; y me detengo nuevamente aquí, no estoy disculpando la falta de honestidad, ni culpándome por esa idea que no se me despega de la cabeza, simplemente trato de tomar conciencia ante los hechos. Cuando poco a poco va pasando el enojo y la tristeza se acentúa, quedan dos posibilidades: hundirse o aprender; muchas veces me gana la primera, pero ahora mismo apuesto por la segunda. 
He vuelto a hablar con él, con Ulises, no tiene sentido censurar el nombre cuando más de la mitad de los que están aquí lo conoce y vieron la euforia del encuentro y se hicieron una idea qué si muy rápido, qué si aguas, qué si muy intenso, qué si muy complicado, qué si, que sí, que sí, que sí no importa tampoco. Importa que fue así como él y yo somos, y cada uno está pagando su cuota ahora mismo, en dolor, en tristeza, en aprendizaje. ¿Reconstruirse y volver a intentar? No lo sé, no lo sabemos, por ahora esto es lo que hay y no es bueno porque siempre pudo ser mejor, pero no es malo porque vivir es esto retar los límites, aprender, caer, volar por instantes, escribir cuando el dolor no da para más y vivir con el corazón en todo el cuerpo.

él que no es él

18:03
Nula concentración, escribo dos líneas y me pierdo en los contornos de las nubes que veo desde mi ventana. Las ideas elusivas, hoy más que otros días, llevan todo el día danzando de un lado a otro; mis dedos siguen el ritmo de esa canción que dice …y morirme contigo si te matas y matarme contigo si… y ahí se pierde el ritmo y entonces pienso, que no, que está claro y no sé qué tan triste resulte asumirlo, pero no, yo nunca voy a morirme de amor, pero quizás sí que me muera amando o pretendiendo hacerlo.  Vuelvo a empezar, el cursor parpadea y yo trato de poner orden a mi cabeza, gobernar mis emociones y cumplir con mi deber. No funciona, las palabras se han puesto en fila una detrás de otra y saltan en misión suicida, antes de que pueda contenerlas para plasmarlas, explotan; malditas palabras kamikazes, malditas, malditas sean… y es que algo en mi corazón me dice que la dispersión, el silencio y el tanto ruido son consecuencia y no causa.  Uno no puede jugar y pretender que nada pase. Y es que él juega conmigo y yo me presto al juego; para después sin querer y sin ver jugar con él, que no es él sino el otro él, el que se acerca, el que llega, el que busca y no tiene ánimos de juego y nada. Pierdo a doble juego y nada, que no me puedo concentrar y no puedo escribir. Un motín de emociones, sensaciones y ganas de bailar cumbia me tienen dando vueltas de un lado a otro de la habitación enlistando hubieras y desenlaces.  Vuelvo a empezar…
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13:04

Tenía un amigo, no imaginario espero, hace algunos años, cuando actualizaba mi blog todos los días y alguna gente perdía un par de minutos de su vida pasando a leer, en aquellos años no había likes, la banda comentaba, si le había gustado lo que leían te dejaban alguna notita buena onda, si no les gustaba algún insulto.  Iván, así se llamaba mi amigo, se involucraba con mis historias, me preguntaba detalles sobre los personajes, los lugares o la veracidad de lo que yo contaba, después de largas sesiones de preguntas y respuestas en los comentarios del blog, intercambiamos correos electrónicos. Comenzamos a enviarnos cartas, nos volvimos amigos epistolares, era extraño, pero agradable. No tenía yo una imagen física de Iván, igual pudo tener 4 manos y un bigote pelirrojo, la verdad eso no importaba. Importaba que me leía atentamente y yo lo leía a él, imaginando su voz, que tampoco nunca escuché, cada vez que lo leía. Un día Iván dejó de escribir, nunca supe más de él.  El último correo electrónico que tengo de él, está fechado en septiembre de 2006; es una respuesta a este correo:
Dear Iván:
El abuelo se fue, a veces lo extraño un poco, pero no, no es eso lo que me entristece.
Vi a Misael, cada vez más distinto, menos mío, pero no, tampoco es eso lo que me entristece.
El frío en la sierra me genera una especie de nostalgia vertiginosa, pero no, eso no me entristece. 
No sé, no estoy segura de que es lo que me entristece, pero siento como me cala hasta los huesos esta tristeza rara, que nubla la mirada y no me deja poner claras las ideas.
 Escribe pronto, son buen ungüento tus palabras.
La respuesta de Iván, que como ya dije fue la última, fue muy concreta:  Querida maga (así solían llamarme y cabe aclarar que nada tiene que ver con el personaje cortaziano que dicho sea de paso “me caga”, sino más bien con el hilo conductor de las historias de aquellos años) para de buscar tres patas al gato, pinta esa tristeza de colores, con amor Iván. 
¿Cómo se pinta de colores una tristeza que ni siquiera se tiene claro de dónde llega? ¿Cómo dejo de buscar tres patas al gato? ¿Cómo renunció a esta estirpe de melancólicos sin remedio?  ¿Cómo me saco de encima este frío de besos que cada otoño me mata?  ¿Cómo consigo un corazón no pusilánime? ¿Cómo?  ¿Cómo? ¿cómo? 
Esas fueron las preguntas que hice a Iván, no recibí respuesta pero no me di por vencida, sigo buscando, sigo intentando en ensayo y error  y me digo que no, que  este año no, que la tristeza no puede ir atada a mi nombre, y entonces me cambio el nombre y me hago llamar  Matilde, Nube o Luz.   Nada funciona.  Apenas la celebración de las brujas da inicio, a mí se me sale el corazón del pecho y se me pone a llorar desconsolado entre las manos.  Es otoño, con lo que eso duele.  
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33-4 Porque yo no sé nadar

20:58


Guardé los sonidos de la infancia en la raíz palpitante que llevo en el pecho. Aprendí que la forma correcta de caminar es con los pies descalzos y que la única forma de apreciar la belleza de un cuerpo es mirar con atención su mapa de recuerdos. Bebí de forma desmedida las mieles de la primavera; me resigné entonces a dejar pasar el polvo, que remueve el otoño, hasta cicatrizar la herida. Avanzo con calma y cada vez con menos miedo hacía la transformación de los años, como canción pop española: todo es horrible o terriblemente bello.  
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Crónicas Nadjalilaluskosas- poblanas DÍA 3: NO TENEMOS INTERNET =( YO PODRÍA SER UNA BUEN DIA.

11:31

Uno de mis episodios favoritos en Cien años de soledad es cuando todo Macondo enferma de insomnio y comienzan a olvidar, entonces José Arcadio Buen Día comienza a poner letreritos sobre las cosas con sus nombres; eventualmente saber cómo se llama algo no era suficiente, así  que además de poner su nombre, puso el para qué se usa o sirve cada cosa “esta es la vaca, la vaca da leche, la leche se pone a hervir y se combina con el café para hacer café con leche “      Me acordé de este  pedacito de Cien años de soledad, porque ayer leyendo a las brujitas, una decía de forma muy determinante que antes de aprender a leer en las estrellas el porvenir, era necesario aprender a mirar con objetividad el presente.   Dando vueltas a esa idea apareció en mi cabeza Pilar Ternera, quien en tiempos del insomnio dejó de leer el futuro en las barjas para leer el pasado, siendo en plena crisis más necesario saber quiénes eran y no quiénes serían. Evoqué a mis psicoanalistas, terapeutas y demás fauna psicoloca que he tenido a bien frecuentar en diferentes momentos de mi vida y pensaba que no están muy lejanos ni de las brujitas, ni de la primera amante del primogénito de los Buen Día,  su “mancia”  es esa, la de ayudar a leer el pasado para entender el presente. 
 Si, he tenido un poco de tiempo libre para pensar tonterías, aún no tenemos internet en casa. Cosas que me son necesarias ahora mismo:
-Dejar de pensar en él por las mañanas, las noches y el resto del día están casi bajo control, pero las mañanas son harto complicadas.
-Ubicar un parque, bosque, un pulmón  más o menos cercano a casa para caminar cavilando pendejadas sin correr el riesgo de morir atropellada ni volver a casa como quien se ha fumado una decena de cigarrillos laramy.
-Encontrar una librería, el mundo es muy triste sin libros y sin internet.


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BITÁCORA DE RECONSTRUCCIÓN DÍA 1

12:56

Sobre el amor, el desamor, el exhibicionismo, la intensidad, los miedos, la cerveza, las letras, la reinvención y cosas peores
ADVERTENCIA será un post exhibicionista y largo, muy largo.
Escribo porque no se volar, ese era el grito de guerra; quizás aún lo es, pero de cuando en cuando lo olvido y es que de cuando en cuando despego los pies del suelo y la cofradía de palabras gastadas que me habitan pierden importancia, no son necesarias. Hoy no es uno de esos días, hoy me son indispensables: oxígeno y alquitrán a un tiempo. Bajo mi cama, habitan de manera poco cuidadosa 72 cuadernos que cuentan mi historia; mi primer diario comencé a escribirlo cuando tenía apenas 7 años, con trazos ilegibles y apresurados registré meticulosamente cada detalle incomprensible del mundo; se vuelve vicio ¿Saben? Una aprende a hablar poco al tiempo que en secreto no puede parar de decirlo ya todo. Nadie nunca me advirtió que al pasar de los años las letras fermentan hasta convertirse en monstruosas creaturas que devoran la inmediatez. Así pues, ahí bajo la cama habitan desordenados 72 monstruos de diferentes estaturas y parecida complexión. 
Crecí en la transición del papel al ordenador, del diario bajo la cama al blog y justo en esa transición descubrí una de mis mayores filias: el exhibicionismo. Resultó que esos, mis monstruos, eran atractivos a los ojos de espectadores desconocidos que morbosamente identificaban ventanas o espejo en ellos. Comencé entonces a enchularlos, a pervertir las historias con fantasías tan inverosímiles como posibles. Poco a poco los desconocidos se volvieron conocidos, alguno más otros menos entraron a esos mundos y mi gusto por mostrarme vestida de mundos imaginarios creció hasta llegar a este punto, donde ahora ustedes me están leyendo; donde saben porque no tengo empacho en disimularlo si estoy bien, si estoy mal, si maldigo o me ha llegado la regla. Se abren cientos de cuestionamientos tantos superficiales como “profundos” que si la renuncia a la intimidad, que si a nadie le importa, que si el peligro de la información qué si, qué si, qué si… La verdad no me importa y regreso a mi grito de guerra: Escribo porque no se volar; agrego además que escribo porque soy torpe para comunicarme de otra forma, lo que ni siquiera implica que de esta lo haga bien, pero siempre será más fácil poner los dedos sobre un teclado que activar la lengua. Luego entonces, si ustedes me están leyendo, me leen, es que me conocen un poco, me saben arrebatada y absurda, apasionada y contradictoria; y por supuesto, son libres de, en caso de sentir tedio, enfado o aburrimiento al leerme de apretar ese botoncito mágico que dice dejar de seguir y listo. 
Todo esto viene a cuenta del reciente estallido emocional en el que me he visto envuelta, primero en subida, después en picada y está lejos de cualquier intento de justificación de una u otra cosa. El universo es caótico y se mueve, todo el tiempo ¿Por qué seriamos distintos nosotros? Hace mucho, mucho tiempo renuncié a la idea de la eternidad, el amor dura lo que dura dura; en esa renuncia descubrí que me gusta sentir al límite, que soy funambulista sin red y que no quiero dejar de serlo, me gusta morirme de amor y pago el costo de hacerlo. No entiendo la vida en abonos. Las cosas nunca salen como esperamos que salgan, lo que no implica que hayan salido mal, sólo salieron distintas y a llorar, lo que sea necesario y suficiente, a emborracharse y enojarse, a hundirse en largas charlas con los monstruos y exhibir la herida, después hacerle huevos a la vida y seguir bailando. Reinventarse, volver a subir a la cuerda o al trapecio y volver caer, que estamos vivos y como decía Cerati, siempre es hoy. 
Me detengo un momento y suspiro releyendo lo hasta aquí escrito y pienso y repienso ¿Cuánto dura el amor? Y me contradigo entonces, si creo en la eternidad, el amor es eterno y es motor, no así los apegos y las personas. El problema, mi problema es ese, pareciera, el eterno retorno a la idea del amor incondicional y tradicional; acribillo al otro por no ser eso que mi inconsciente desea, por no amarme como yo quiero que me amen; y me detengo nuevamente aquí, no estoy disculpando la falta de honestidad, ni culpándome por esa idea que no se me despega de la cabeza, simplemente trato de tomar conciencia ante los hechos. Cuando poco a poco va pasando el enojo y la tristeza se acentúa, quedan dos posibilidades: hundirse o aprender; muchas veces me gana la primera, pero ahora mismo apuesto por la segunda. 
He vuelto a hablar con él, con Ulises, no tiene sentido censurar el nombre cuando más de la mitad de los que están aquí lo conoce y vieron la euforia del encuentro y se hicieron una idea qué si muy rápido, qué si aguas, qué si muy intenso, qué si muy complicado, qué si, que sí, que sí, que sí no importa tampoco. Importa que fue así como él y yo somos, y cada uno está pagando su cuota ahora mismo, en dolor, en tristeza, en aprendizaje. ¿Reconstruirse y volver a intentar? No lo sé, no lo sabemos, por ahora esto es lo que hay y no es bueno porque siempre pudo ser mejor, pero no es malo porque vivir es esto retar los límites, aprender, caer, volar por instantes, escribir cuando el dolor no da para más y vivir con el corazón en todo el cuerpo.
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