"Lo único que me
duele de morir, es que no sea de amor".
Gabriel García Márquez.
Por fin después de muchas noches
de espera volviste, no era de noche y no pensabas quedarte pero volviste, pude
ver pese a tu disimulo que habías vuelto
a colocar el peso del pasado sobre tu cuerpo, tu andar lento y desganado lo hacía
evidente. No dije nada, a veces prefiero
pensar que si no nombro las cosas estas no existen, me limité a desocupar tu espacio en la cama, pude oler entonces muy de cerca tus
recuerdos, habías pasado un par de noches enteras entre ellos. Algo dijiste. No quise escucharte. Intenté tocarte, pero lo único que conseguí
fue provocar remolinos con el polvo que sacudiste a tu memoria. Entonces me
percaté, habías vuelto y estabas herido, esta vez no de tedio, ni de tiempo sino de muerte, la
herida te atravesaba media vida, era honda y estaba infectada. No tenía caso
alguno limpiarla, intentar sanarla, no había remedio. En algún momento y sin tener muy claro por
qué decidiste morirte y enterraste en tus entrañas un amor oxidado. Te mueres amor mío, te mueres y yo no me
muero contigo.