lunes, 25 de agosto de 2014

No hay palabras

Arden mis dedos sobre el teclado, todos tienen miedo, yo también. Un paso me separa del abismo, un salto que tiene la dimensión de un puñado de palabras tristes, que no encuentro, que no existen.  Anoche volví a soñarme pez  en el desierto y desperté deshidratada. Hoy fue un día plano, me despedí en un tibio abrazo del viejo Sauce, sin dolor ni alegría, como quien se despide de un trozo de vida sin notar apenas que habrá de irse para siempre.  Las ideas congestionadas de recuerdos y desmemorias, la soledad habitando cada recoveco de mi cuerpo, las noches de insomnio enmarcando mi rostro y yo que no me atrevo a saltar, que sigo escribiendo para encontrar las palabras que consigan nombrar esta tristeza.  Me distraigo entre ventanas, fumo para ahuyentar los fantasmas, me murmuro entre dientes “tranquila Gabrielita, ya pasará como tantas otras veces ha pasado”,  me levanto y giro lejos de mi eje, me busco en historias ajenas y regreso a la luz persistente de mi viejo monitor, todos tienen miedo, yo también. No existen las palabras. 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Desmemoria


Para Sium, que sin saber es una cajita de fósforos en mi corazón.

Apretó los puños al tiempo que sentía, en un suspiro intermitente, escapar el pedacito de alma que de forma poco consiente se afanaba en conservar. Abrió los ojos y registró el lugar: una habitación de hotel.  No hizo ningún esfuerzo por recordar cómo había llegado hasta ahí.  La bruma en la memoria, cada vez más espesa, era ya una constante en sus días. Recordaba acaso, que algo importante había olvidado. Se incorporó y se puso frente al espejo, observó a detalle y con extrañeza su anatomía, se maravilló con los pliegues de su cuerpo, cubrió con una mano su sexo y con otras sus voluptuosos pechos, esbozó una sonrisa ladeando ligeramente su rostro y concentrando su mirada  en el café profundo de la mujer en el espejo decidió este día se llamaría Italia, si, justo como ese espacio geográfico del viejo mundo, donde probablemente nunca había estado. Ahora tenía un rostro, un cuerpo, un nombre  pero no una historia.  Con curiosidad y cada vez con mayor atención identificó las cicatrices en su piel. Había olvidado  las caídas de la infancia que habían marcado su frente; no recordaba que la mancha en su rodilla izquierda era producto del roce del sofá una noche que amo con todo el cuerpo; intuía por la forma de la marca que alguna vez por insensatez o descuido había quemado sus muñecas. Al terminar el escrutinio, no pudo evitar sentir como una tristeza densa se abismaba en el centro de su pecho, una nostalgia insoportable por eso suyo que no podía reconocer, que no entendía. –Italia- murmuró mientras dos cascadas saladas le inundaban el rostro. No quería ser Italia, quería tener una historia con sus días y sus noches, con todo el dolor y la paz y el amor y todo lo que ahora mismo no tenía.  Volvió a la cama. Apretó los puños al tiempo que sentía, en un suspiro intermitente, escapar el pedacito de alma que de forma poco consiente se afanaba en conservar. Cerró los ojos y volvió a quedarse dormida. Soñó entonces que su cuerpo era otro, uno de curvas más prolongadas y senos  pequeños,  su rostro era distinto asimétrico y redondo, su nombre  era ordinario, y además un sentimiento no grato la abatía. En el sueño molesta e inconforme se reprochaba ser esa que era. Apretó los puños al tiempo que… (Bis)


viernes, 15 de agosto de 2014

baila, baila, baila...


Ella baila entre fantasmas y sin sabores, añora tiempos que parecen ahora felices, pero nunca lo fueron, siempre estuvieron  nublados; pero eso ella lo ignora, permite que sus caderas se balanceen al ritmo de un pasado distante en el que la risa y el deseo gobernaban el absoluto del instante y todo parecía mejor. Su risa hace eco en la memoria de quien no le recuerda,  su alegría es tan distante que ni siquiera puede ponerle un nombre, el universo es del tamaño del siguiente paso que torpemente atina a dar mientras la mano extraña que hace girar su cuerpo al ritmo de una canción conocida lo exige, y ella asiente como quien acepta la circunstancia que le rodea pero la desconoce, no es suya, no es el ritmo que desearía le hiciera sentirse plena,  no es la mano en su cintura la que espera, no eres tú. Y lo sabe y lo piensa, y baila porque la canción lo exige, porque la vida lo pide, porque no quiere llamarte, incomodarte con un sentimiento que ahora es sólo suyo, porque no quiere, porque no quiere, porque no quiere (…) y quiere tanto que no sabe qué hacer con eso.

No hay palabras

20:47
Arden mis dedos sobre el teclado, todos tienen miedo, yo también. Un paso me separa del abismo, un salto que tiene la dimensión de un puñado de palabras tristes, que no encuentro, que no existen.  Anoche volví a soñarme pez  en el desierto y desperté deshidratada. Hoy fue un día plano, me despedí en un tibio abrazo del viejo Sauce, sin dolor ni alegría, como quien se despide de un trozo de vida sin notar apenas que habrá de irse para siempre.  Las ideas congestionadas de recuerdos y desmemorias, la soledad habitando cada recoveco de mi cuerpo, las noches de insomnio enmarcando mi rostro y yo que no me atrevo a saltar, que sigo escribiendo para encontrar las palabras que consigan nombrar esta tristeza.  Me distraigo entre ventanas, fumo para ahuyentar los fantasmas, me murmuro entre dientes “tranquila Gabrielita, ya pasará como tantas otras veces ha pasado”,  me levanto y giro lejos de mi eje, me busco en historias ajenas y regreso a la luz persistente de mi viejo monitor, todos tienen miedo, yo también. No existen las palabras. 
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Desmemoria

9:45

Para Sium, que sin saber es una cajita de fósforos en mi corazón.

Apretó los puños al tiempo que sentía, en un suspiro intermitente, escapar el pedacito de alma que de forma poco consiente se afanaba en conservar. Abrió los ojos y registró el lugar: una habitación de hotel.  No hizo ningún esfuerzo por recordar cómo había llegado hasta ahí.  La bruma en la memoria, cada vez más espesa, era ya una constante en sus días. Recordaba acaso, que algo importante había olvidado. Se incorporó y se puso frente al espejo, observó a detalle y con extrañeza su anatomía, se maravilló con los pliegues de su cuerpo, cubrió con una mano su sexo y con otras sus voluptuosos pechos, esbozó una sonrisa ladeando ligeramente su rostro y concentrando su mirada  en el café profundo de la mujer en el espejo decidió este día se llamaría Italia, si, justo como ese espacio geográfico del viejo mundo, donde probablemente nunca había estado. Ahora tenía un rostro, un cuerpo, un nombre  pero no una historia.  Con curiosidad y cada vez con mayor atención identificó las cicatrices en su piel. Había olvidado  las caídas de la infancia que habían marcado su frente; no recordaba que la mancha en su rodilla izquierda era producto del roce del sofá una noche que amo con todo el cuerpo; intuía por la forma de la marca que alguna vez por insensatez o descuido había quemado sus muñecas. Al terminar el escrutinio, no pudo evitar sentir como una tristeza densa se abismaba en el centro de su pecho, una nostalgia insoportable por eso suyo que no podía reconocer, que no entendía. –Italia- murmuró mientras dos cascadas saladas le inundaban el rostro. No quería ser Italia, quería tener una historia con sus días y sus noches, con todo el dolor y la paz y el amor y todo lo que ahora mismo no tenía.  Volvió a la cama. Apretó los puños al tiempo que sentía, en un suspiro intermitente, escapar el pedacito de alma que de forma poco consiente se afanaba en conservar. Cerró los ojos y volvió a quedarse dormida. Soñó entonces que su cuerpo era otro, uno de curvas más prolongadas y senos  pequeños,  su rostro era distinto asimétrico y redondo, su nombre  era ordinario, y además un sentimiento no grato la abatía. En el sueño molesta e inconforme se reprochaba ser esa que era. Apretó los puños al tiempo que… (Bis)


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baila, baila, baila...

2:47

Ella baila entre fantasmas y sin sabores, añora tiempos que parecen ahora felices, pero nunca lo fueron, siempre estuvieron  nublados; pero eso ella lo ignora, permite que sus caderas se balanceen al ritmo de un pasado distante en el que la risa y el deseo gobernaban el absoluto del instante y todo parecía mejor. Su risa hace eco en la memoria de quien no le recuerda,  su alegría es tan distante que ni siquiera puede ponerle un nombre, el universo es del tamaño del siguiente paso que torpemente atina a dar mientras la mano extraña que hace girar su cuerpo al ritmo de una canción conocida lo exige, y ella asiente como quien acepta la circunstancia que le rodea pero la desconoce, no es suya, no es el ritmo que desearía le hiciera sentirse plena,  no es la mano en su cintura la que espera, no eres tú. Y lo sabe y lo piensa, y baila porque la canción lo exige, porque la vida lo pide, porque no quiere llamarte, incomodarte con un sentimiento que ahora es sólo suyo, porque no quiere, porque no quiere, porque no quiere (…) y quiere tanto que no sabe qué hacer con eso.
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