sábado, 29 de agosto de 2015

nOVELAS ROSAS

Cosas que a nadie le importan pero que a Lila emocionan.
Tendría escasos siete años mi Gabrielita, cuando una mañana de sábado y sin mucho que hacer encontró el cajón de las novelas rosas de mamá; “novelas con corazón” decía el eslogan que se enmarcaba en la parte inferior derecha de los pequeños librillos de bolsillo en tonos pastel, en la portada podían verse fotos de parejas atractivas que se miraban lascivamente, en la parte superior los nombres Julia, Bianca o Jazmín. Ese fue mi primer acercamiento formal a la lectura, utilizo el termino formal porque antes de eso, leía las versiones breves de los cuentos de los hermanos Green en esos libros enormes que son 90% ilustraciones y 10% texto; y “El corazón confundido” nombre que llevaba la primera de esas novelas que leí, eran 180 páginas de sólo texto, debo decir que no entendí ni la mitad de lo que leía, pero eso no hizo que fuera menos excitante la experiencia, una empalagosa historia de amor para una enamoradiza y solitaria niña precoz, era como maná del cielo; seguí leyendo, por mucho tiempo y en secreto las novelas de mamá, en secreto porque no eran cuentos para niños decía ella, y bueno, es cierto que además de romance e intrigas tenían un alto contenido sexoso, pero en realidad eso lo fui entendiendo después, quizás cuando decidí hacerme de un diccionario. Al paso del tiempo, se volvió aburrido mi placer secreto, todas tenían la misma estructura y eran tan predecibles que perdí el interés. Por otro lado, había llegado ya la adolescencia y aunque para la mayoría era el tiempo de los besuqueos y el descubrimiento del romance; para mí fue el tiempo del descubrimiento de García Márquez y Laura Esquivel con su “como agua para Chocolate” y no es que no me besuqueara, sí también lo hacía, pero era más relevante el mundo nuevo que se abría, muchas otras formas de contar el amor, muchas otras formas de entender el sexo y páginas y páginas y páginas que sin ilustraciones me emboban por horas y horas. Una buena casualidad me puso en una biblioteca a los 16 años y eso me permitió saber que en otros continentes también se hacía literatura, acercarme a la poesía, tratar de descifrar textos filosóficos, comenzar a apreciar la novela gráfica, tomar aprecio por la literatura infantil y un largo etcétera de cosas. Decanté por estudiar Filosofía cambié mis lecturas, descubrí un gusto distinto por otra literatura, conocí bibliófilos, críticos literarios, expertos en temas específicos sobre tal o cual obra, hice confetí mi vida entre tanto. Me fui, un año entero a leer a la sierra, regresé y seguí con mi vida. El tiempo de la lectura en clandestinidad de novelas rosas estaba muy lejos y entonces vine a vivir por primera vez a Guanajuato, tenía 24 años, eran tiempos difíciles el corazón estaba roto como de costumbre, el trabajo inestable y la terquedad a tope como para volver a casa de mis padres; vivía en una pequeña habitación en la parte más alta de un callejón, una habitación sin nada más que una cama y una silla; no tenía internet y los Smartphone aún no eran de uso corriente; silencio, un silencio de viento silbando en el callejón, un silencio de incapacitada social que podía pasar días enteros sin interactuar con otro humano a no ser para lo indispensable. Bajo presupuesto, una biblioteca con grandes exigencias para el préstamo domiciliario; entre la depresión y el desamparo caminando por la ciudad me encontré una pequeñísima librería de viejo, donde dado mi mala economía comencé a comprar libros por volumen, buscaba las novelas más gruesas que sabía me durarían por lo menos dos semanas hasta que pudiera disponer de un poco más de dinero para ir por otra; un nuevo universo, versiones completas de los clásicos, ese cuarto de Guanajuato me vio llorar con Nuestra señor de París, emocionarme con los Tres Mosqueteros, sentir rabia y sentimientos encontrados con Los Miserables, pero sobre todo me vio sonreir y suspirar cuando un sábado por la mañana volví de la librería con una nueva novela, un libro medianamente gordo de pastas rosadas que ostentaba en la portada una mujer con un sombrero atado a su cuello y un hombre elegantemente vestido con un sombrero de copa, en la parte superior en letra cursiva se leía Orgullo y Prejuicio, Jean Austen. Comencé a leer y poco a poquito fui quedando atrapada en su manera de narrar, suspire por Mr. Darcy y me sentí avergonzada apenas después de hacerlo; estaba leyendo una novela rosa y la disfrutaba como nada, en ese momento, en el mundo. Me fui de Guanajuato, el mundo dio muchas vueltas conocí otras ciudades y también muchos autores me clave con los japoneses contemporáneos y no tan contemporáneos, me intoxiqué con Kundera, seguí alimentando mi gusto por Ende, Bradbury y Asimov, conocí a Gaiman y a Palahniuk; pero no pude separarme nunca más de la novela rosa, terminé por reconocer que es uno de esos placeres entre culpables y gozosos que me fascinan, leí todos y cada uno de los libros que encontré de Austen, exploré otra autoras y autores. Todo esto viene a cuento, porque el día de hoy me encontré con la maravillosa noticia de que la BBC está por estrenar una miniserie de El amante de Lady Chatterley, y además de las altas expectativas (la adaptación de orgullo y prejuicio de la BBC a mi parecer es la mejor que hasta ahora se ha realizado) la noticia desató ese torrente de recuerdos intentando dar respuesta a la pregunta ¿Gabrielita, desde cuándo eres tan marica? Y la respuesta es de toda la vida, no puedo evitarlo, ni repudiarlo y menos negarlo, Soy Gabriela y amo las novelas rosas.

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nOVELAS ROSAS

Cosas que a nadie le importan pero que a Lila emocionan.
Tendría escasos siete años mi Gabrielita, cuando una mañana de sábado y sin mucho que hacer encontró el cajón de las novelas rosas de mamá; “novelas con corazón” decía el eslogan que se enmarcaba en la parte inferior derecha de los pequeños librillos de bolsillo en tonos pastel, en la portada podían verse fotos de parejas atractivas que se miraban lascivamente, en la parte superior los nombres Julia, Bianca o Jazmín. Ese fue mi primer acercamiento formal a la lectura, utilizo el termino formal porque antes de eso, leía las versiones breves de los cuentos de los hermanos Green en esos libros enormes que son 90% ilustraciones y 10% texto; y “El corazón confundido” nombre que llevaba la primera de esas novelas que leí, eran 180 páginas de sólo texto, debo decir que no entendí ni la mitad de lo que leía, pero eso no hizo que fuera menos excitante la experiencia, una empalagosa historia de amor para una enamoradiza y solitaria niña precoz, era como maná del cielo; seguí leyendo, por mucho tiempo y en secreto las novelas de mamá, en secreto porque no eran cuentos para niños decía ella, y bueno, es cierto que además de romance e intrigas tenían un alto contenido sexoso, pero en realidad eso lo fui entendiendo después, quizás cuando decidí hacerme de un diccionario. Al paso del tiempo, se volvió aburrido mi placer secreto, todas tenían la misma estructura y eran tan predecibles que perdí el interés. Por otro lado, había llegado ya la adolescencia y aunque para la mayoría era el tiempo de los besuqueos y el descubrimiento del romance; para mí fue el tiempo del descubrimiento de García Márquez y Laura Esquivel con su “como agua para Chocolate” y no es que no me besuqueara, sí también lo hacía, pero era más relevante el mundo nuevo que se abría, muchas otras formas de contar el amor, muchas otras formas de entender el sexo y páginas y páginas y páginas que sin ilustraciones me emboban por horas y horas. Una buena casualidad me puso en una biblioteca a los 16 años y eso me permitió saber que en otros continentes también se hacía literatura, acercarme a la poesía, tratar de descifrar textos filosóficos, comenzar a apreciar la novela gráfica, tomar aprecio por la literatura infantil y un largo etcétera de cosas. Decanté por estudiar Filosofía cambié mis lecturas, descubrí un gusto distinto por otra literatura, conocí bibliófilos, críticos literarios, expertos en temas específicos sobre tal o cual obra, hice confetí mi vida entre tanto. Me fui, un año entero a leer a la sierra, regresé y seguí con mi vida. El tiempo de la lectura en clandestinidad de novelas rosas estaba muy lejos y entonces vine a vivir por primera vez a Guanajuato, tenía 24 años, eran tiempos difíciles el corazón estaba roto como de costumbre, el trabajo inestable y la terquedad a tope como para volver a casa de mis padres; vivía en una pequeña habitación en la parte más alta de un callejón, una habitación sin nada más que una cama y una silla; no tenía internet y los Smartphone aún no eran de uso corriente; silencio, un silencio de viento silbando en el callejón, un silencio de incapacitada social que podía pasar días enteros sin interactuar con otro humano a no ser para lo indispensable. Bajo presupuesto, una biblioteca con grandes exigencias para el préstamo domiciliario; entre la depresión y el desamparo caminando por la ciudad me encontré una pequeñísima librería de viejo, donde dado mi mala economía comencé a comprar libros por volumen, buscaba las novelas más gruesas que sabía me durarían por lo menos dos semanas hasta que pudiera disponer de un poco más de dinero para ir por otra; un nuevo universo, versiones completas de los clásicos, ese cuarto de Guanajuato me vio llorar con Nuestra señor de París, emocionarme con los Tres Mosqueteros, sentir rabia y sentimientos encontrados con Los Miserables, pero sobre todo me vio sonreir y suspirar cuando un sábado por la mañana volví de la librería con una nueva novela, un libro medianamente gordo de pastas rosadas que ostentaba en la portada una mujer con un sombrero atado a su cuello y un hombre elegantemente vestido con un sombrero de copa, en la parte superior en letra cursiva se leía Orgullo y Prejuicio, Jean Austen. Comencé a leer y poco a poquito fui quedando atrapada en su manera de narrar, suspire por Mr. Darcy y me sentí avergonzada apenas después de hacerlo; estaba leyendo una novela rosa y la disfrutaba como nada, en ese momento, en el mundo. Me fui de Guanajuato, el mundo dio muchas vueltas conocí otras ciudades y también muchos autores me clave con los japoneses contemporáneos y no tan contemporáneos, me intoxiqué con Kundera, seguí alimentando mi gusto por Ende, Bradbury y Asimov, conocí a Gaiman y a Palahniuk; pero no pude separarme nunca más de la novela rosa, terminé por reconocer que es uno de esos placeres entre culpables y gozosos que me fascinan, leí todos y cada uno de los libros que encontré de Austen, exploré otra autoras y autores. Todo esto viene a cuento, porque el día de hoy me encontré con la maravillosa noticia de que la BBC está por estrenar una miniserie de El amante de Lady Chatterley, y además de las altas expectativas (la adaptación de orgullo y prejuicio de la BBC a mi parecer es la mejor que hasta ahora se ha realizado) la noticia desató ese torrente de recuerdos intentando dar respuesta a la pregunta ¿Gabrielita, desde cuándo eres tan marica? Y la respuesta es de toda la vida, no puedo evitarlo, ni repudiarlo y menos negarlo, Soy Gabriela y amo las novelas rosas.
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