jueves, 26 de noviembre de 2015

Lo importante

Are: ¿Cómo me veo?
Lila: Pareces un elefante
Are: Oh! Los elefantes son hermosos, gracias.

Que si somos gordas, que si somos flacas; que si vestimos bien o si no hay moda que nos quede; que si la belleza y la norma es ser delgada; que si las flacas son bonitas y entonces son tontas, que si la salud, la imagen y las relaciones; que si somos invisibles o somos “reales”  y que si un montón de cosas que hacen notar la eterna pugna entre lo que somos y lo que se espera que seamos, porque parece que no pudiéramos alejarnos ni siquiera un poco de los mecanismos de control y ahí vamos, dando tumbos, adoptando eufemismos: ahora las gordas somos curvy  y para hacernos visibles modelamos calzones;  sintiendo culpa por el postre que no debíamos comer;  odiando nuestros cuerpos porque tienen royitos o estrías o porque no termina de ser lo suficientemente delgados o torneados o firmes;   y nada, que de todas formas no terminamos de vernos nunca como tendríamos que vernos. 
Ayer fue día internacional en contra de la violencia a las mujeres,  luego entonces mis amigas activistas comenzaron a postear estadísticas y fotos con cifras alarmantes  sobre violencia física, sexual, psicológica y emocional, de toda esa información que circuló ayer en las redes una particularmente me dejo inquieta, el 85% de niñas cree que es gorda y el  57% de niñas cree que es fea.  ¿Cómo putas?   Es decir, en qué momento y de qué forma comienzan a arraigar los parámetros de “belleza” en nuestras cabezas.   Las respuestas facilonas a mi pregunta fueron las obvias: el sistema y los medios.  Si algo no funciona habrá que culpar al sistema, ese ente imaginario, ambiguo que siempre nos parece ajeno. Alguien tendría que decirnos, señor, señora, joven señorita, usted  también es el sistema, pero esa es otra historia.  Y si no basta con culpar al sistema, entonces culpemos a los medios, esos monstruos enajenantes que nos dictan que pensar, cómo actuar, qué vestir, que creer y que  despreciar sin que, pareciera, pudiéramos oponer voluntad alguna.  Pero no me gustan las respuestas facilonas, y cada vez menos disfruto el papel de víctima del sistema, lo que no implica que exima estos dos factores, claro que son determinantes pero supongo hay algo más, siempre hay algo más.  Entonces seguí dando vueltas al asunto, azuzando los sentidos por si algo en el mundo me daba elementos para comprender y así fue, en el transporté público de regreso a casa escuché la conversación de dos jóvenes madres, ambas de complexión regular y ambas meticulosamente arregladas para ser un miércoles  por la noche.   Una de ellas le decía a la otra, es que ya le dije a Sam que si sigue comiendo como come se va a poner gorda y  fea,  a lo que la otra responde, pero Sam no está gorda,  y la primera agrega tiene 8 años y ya tengo que comprarle talla 14, interviene nuevamente la segunda pero es que es alta, finalmente concluye la mamá de Sam, peor tantito gorda y alta va a parecer vaca, ambas ríen.  Levanté la mirada un poco y me di cuenta entonces, que Sam está presente, se encoge de hombros como esperando que nadie más en el camión haya escuchado a su madre o que por lo menos no la noten en ese camino a parecer una vaca gorda y alta.
Hay una fábula de Augusto Monterroso que se llama: La rana que quería ser una rana auténtica, en ella como su nombre lo indica,  narra como una ranita se empeñó toda su vida en lograr ser una rana auténtica, primero observándose compulsivamente en un espejo, después haciendo caso a  lo que decían los demás  y finalmente ejercitando tanto sus ancas hasta que le fueron arrancadas con la triste noticia que quien se las comió aseveró que sabían a pollo.  Disfruto mucho de trabajar este texto con mis tutorados, porque invariablemente aparece el conflicto en torno a la autenticidad, la pregunta concretamente ¿Logra la Rana ser una rana auténtica o no?  Los argumentos se polarizan y son dos, por un lado  los que dicen que no la rana no es auténtica porque pasa su vida atendiendo a lo que los demás le dicen tendría que hacer, por otro lado, los que dicen que sí, lo consigue en tanto que su convicción última es ser auténtica y  está dispuesta a todo para lograrlo.  Y entonces el cuestionamiento reaparece, ¿es auténtico ese deseo de belleza estandarizada?   Acompañada por supuesto del cuestionamiento en contra parte ¿Somos más auténticos por alejarnos de ese canon?

La verdad es que no tengo respuestas, pero sé que me molesta hablar de mujeres reales e invisibles, todas las mujeres somos reales y somos diversas y que bueno que así sea,  que aburrido sería vivir en un mundo plano donde todo fuera curvas o todo fuera rectas. El problema no es ese,  el problema es la energía y el tiempo que gastamos hablando y trabajando para las apariencias,  ahora mismo llevo dos cuartillas (gracias si usted ha llegado hasta este punto en su lectura) dilucidando en torno a la valía o invalidez de la belleza  y este tamborilear de dedos sobre las teclas surgió por una notita que  abre con la interrogante ¿Las mujeres gordas pueden ser bellas?   Y es una alegoría a la belleza de las mujeres de tallas grandes  y está bien,  pero después las mujeres de tallas pequeñas repelan y  nadie habla de lo importante y lo importante no tiene que ver con ser delgada o gorda. Ahí seguimos dando tumbos, defendiendo  lo indefendible  porque ni siquiera tendría que estar en cuestión.   Me encantan las mujeres que se visibilizan por su incursión en el arte o la ciencia o por ser las mamás más maravillosas del universo o  las mejores maestras, médicos, escritoras esas que entran a  la sala  y comienzan a hablar y no importa si pesan 50 o 100 kilos hipnotizan con su discurso, invitan a debatirles a conversar  y qué más da si vienen envueltas en un saco de  papas o al último grito de la moda, los ahí presentes no pueden parar de observarlas porque es más que evidente que sabe de lo que habla. Admiró de sobre manera a esas mujeres que tienen un corazón enorme que se les desborda el amor del pecho  y no importa de dónde ni como llegues tienen el abrazo perfecto  y  que son mamás y abuelas y tías y ellas también vienen en todos tamaños y eso nunca, nunca ha sido un problema.   Y eso,  eso es lo importante, lo que nos hace bellas o terriblemente horrendas. 

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Lila: Pareces un elefante
Are: Oh! Los elefantes son hermosos, gracias.

Que si somos gordas, que si somos flacas; que si vestimos bien o si no hay moda que nos quede; que si la belleza y la norma es ser delgada; que si las flacas son bonitas y entonces son tontas, que si la salud, la imagen y las relaciones; que si somos invisibles o somos “reales”  y que si un montón de cosas que hacen notar la eterna pugna entre lo que somos y lo que se espera que seamos, porque parece que no pudiéramos alejarnos ni siquiera un poco de los mecanismos de control y ahí vamos, dando tumbos, adoptando eufemismos: ahora las gordas somos curvy  y para hacernos visibles modelamos calzones;  sintiendo culpa por el postre que no debíamos comer;  odiando nuestros cuerpos porque tienen royitos o estrías o porque no termina de ser lo suficientemente delgados o torneados o firmes;   y nada, que de todas formas no terminamos de vernos nunca como tendríamos que vernos. 
Ayer fue día internacional en contra de la violencia a las mujeres,  luego entonces mis amigas activistas comenzaron a postear estadísticas y fotos con cifras alarmantes  sobre violencia física, sexual, psicológica y emocional, de toda esa información que circuló ayer en las redes una particularmente me dejo inquieta, el 85% de niñas cree que es gorda y el  57% de niñas cree que es fea.  ¿Cómo putas?   Es decir, en qué momento y de qué forma comienzan a arraigar los parámetros de “belleza” en nuestras cabezas.   Las respuestas facilonas a mi pregunta fueron las obvias: el sistema y los medios.  Si algo no funciona habrá que culpar al sistema, ese ente imaginario, ambiguo que siempre nos parece ajeno. Alguien tendría que decirnos, señor, señora, joven señorita, usted  también es el sistema, pero esa es otra historia.  Y si no basta con culpar al sistema, entonces culpemos a los medios, esos monstruos enajenantes que nos dictan que pensar, cómo actuar, qué vestir, que creer y que  despreciar sin que, pareciera, pudiéramos oponer voluntad alguna.  Pero no me gustan las respuestas facilonas, y cada vez menos disfruto el papel de víctima del sistema, lo que no implica que exima estos dos factores, claro que son determinantes pero supongo hay algo más, siempre hay algo más.  Entonces seguí dando vueltas al asunto, azuzando los sentidos por si algo en el mundo me daba elementos para comprender y así fue, en el transporté público de regreso a casa escuché la conversación de dos jóvenes madres, ambas de complexión regular y ambas meticulosamente arregladas para ser un miércoles  por la noche.   Una de ellas le decía a la otra, es que ya le dije a Sam que si sigue comiendo como come se va a poner gorda y  fea,  a lo que la otra responde, pero Sam no está gorda,  y la primera agrega tiene 8 años y ya tengo que comprarle talla 14, interviene nuevamente la segunda pero es que es alta, finalmente concluye la mamá de Sam, peor tantito gorda y alta va a parecer vaca, ambas ríen.  Levanté la mirada un poco y me di cuenta entonces, que Sam está presente, se encoge de hombros como esperando que nadie más en el camión haya escuchado a su madre o que por lo menos no la noten en ese camino a parecer una vaca gorda y alta.
Hay una fábula de Augusto Monterroso que se llama: La rana que quería ser una rana auténtica, en ella como su nombre lo indica,  narra como una ranita se empeñó toda su vida en lograr ser una rana auténtica, primero observándose compulsivamente en un espejo, después haciendo caso a  lo que decían los demás  y finalmente ejercitando tanto sus ancas hasta que le fueron arrancadas con la triste noticia que quien se las comió aseveró que sabían a pollo.  Disfruto mucho de trabajar este texto con mis tutorados, porque invariablemente aparece el conflicto en torno a la autenticidad, la pregunta concretamente ¿Logra la Rana ser una rana auténtica o no?  Los argumentos se polarizan y son dos, por un lado  los que dicen que no la rana no es auténtica porque pasa su vida atendiendo a lo que los demás le dicen tendría que hacer, por otro lado, los que dicen que sí, lo consigue en tanto que su convicción última es ser auténtica y  está dispuesta a todo para lograrlo.  Y entonces el cuestionamiento reaparece, ¿es auténtico ese deseo de belleza estandarizada?   Acompañada por supuesto del cuestionamiento en contra parte ¿Somos más auténticos por alejarnos de ese canon?

La verdad es que no tengo respuestas, pero sé que me molesta hablar de mujeres reales e invisibles, todas las mujeres somos reales y somos diversas y que bueno que así sea,  que aburrido sería vivir en un mundo plano donde todo fuera curvas o todo fuera rectas. El problema no es ese,  el problema es la energía y el tiempo que gastamos hablando y trabajando para las apariencias,  ahora mismo llevo dos cuartillas (gracias si usted ha llegado hasta este punto en su lectura) dilucidando en torno a la valía o invalidez de la belleza  y este tamborilear de dedos sobre las teclas surgió por una notita que  abre con la interrogante ¿Las mujeres gordas pueden ser bellas?   Y es una alegoría a la belleza de las mujeres de tallas grandes  y está bien,  pero después las mujeres de tallas pequeñas repelan y  nadie habla de lo importante y lo importante no tiene que ver con ser delgada o gorda. Ahí seguimos dando tumbos, defendiendo  lo indefendible  porque ni siquiera tendría que estar en cuestión.   Me encantan las mujeres que se visibilizan por su incursión en el arte o la ciencia o por ser las mamás más maravillosas del universo o  las mejores maestras, médicos, escritoras esas que entran a  la sala  y comienzan a hablar y no importa si pesan 50 o 100 kilos hipnotizan con su discurso, invitan a debatirles a conversar  y qué más da si vienen envueltas en un saco de  papas o al último grito de la moda, los ahí presentes no pueden parar de observarlas porque es más que evidente que sabe de lo que habla. Admiró de sobre manera a esas mujeres que tienen un corazón enorme que se les desborda el amor del pecho  y no importa de dónde ni como llegues tienen el abrazo perfecto  y  que son mamás y abuelas y tías y ellas también vienen en todos tamaños y eso nunca, nunca ha sido un problema.   Y eso,  eso es lo importante, lo que nos hace bellas o terriblemente horrendas. 
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