Are: ¿Cómo me veo?
Lila: Pareces un
elefante
Are: Oh! Los elefantes
son hermosos, gracias.
Que si somos gordas, que si somos flacas; que si vestimos
bien o si no hay moda que nos quede; que si la belleza y la norma es ser
delgada; que si las flacas son bonitas y entonces son tontas, que si la salud,
la imagen y las relaciones; que si somos invisibles o somos “reales” y que si un montón de cosas que hacen notar
la eterna pugna entre lo que somos y lo que se espera que seamos, porque parece
que no pudiéramos alejarnos ni siquiera un poco de los mecanismos de control y
ahí vamos, dando tumbos, adoptando eufemismos: ahora las gordas somos
curvy y para hacernos visibles modelamos
calzones; sintiendo culpa por el postre
que no debíamos comer; odiando nuestros
cuerpos porque tienen royitos o estrías o porque no termina de ser lo
suficientemente delgados o torneados o firmes;
y nada, que de todas formas no terminamos de vernos nunca como
tendríamos que vernos.
Ayer fue día internacional en contra de la violencia a las
mujeres, luego entonces mis amigas
activistas comenzaron a postear estadísticas y fotos con cifras alarmantes sobre violencia física, sexual, psicológica y
emocional, de toda esa información que circuló ayer en las redes una
particularmente me dejo inquieta, el 85% de niñas cree que es gorda y el 57% de
niñas cree que es fea. ¿Cómo putas? Es
decir, en qué momento y de qué forma comienzan a arraigar los parámetros de “belleza”
en nuestras cabezas. Las respuestas facilonas a mi pregunta fueron
las obvias: el sistema y los medios. Si
algo no funciona habrá que culpar al sistema, ese ente imaginario, ambiguo que
siempre nos parece ajeno. Alguien tendría que decirnos, señor, señora, joven
señorita, usted también es el sistema,
pero esa es otra historia. Y si no basta
con culpar al sistema, entonces culpemos a los medios, esos monstruos enajenantes
que nos dictan que pensar, cómo actuar, qué vestir, que creer y que despreciar sin que, pareciera, pudiéramos oponer
voluntad alguna. Pero no me gustan las
respuestas facilonas, y cada vez menos disfruto el papel de víctima del sistema,
lo que no implica que exima estos dos factores, claro que son determinantes
pero supongo hay algo más, siempre hay algo más. Entonces seguí dando vueltas al asunto, azuzando
los sentidos por si algo en el mundo me daba elementos para comprender y así
fue, en el transporté público de regreso a casa escuché la conversación de dos
jóvenes madres, ambas de complexión regular y ambas meticulosamente arregladas
para ser un miércoles por la noche. Una de ellas le decía a la otra, es que ya
le dije a Sam que si sigue comiendo como come se va a poner gorda y fea, a
lo que la otra responde, pero Sam no está gorda, y la primera agrega tiene 8 años y ya tengo
que comprarle talla 14, interviene nuevamente la segunda pero es que es alta,
finalmente concluye la mamá de Sam, peor tantito gorda y alta va a parecer vaca,
ambas ríen. Levanté la mirada un poco y
me di cuenta entonces, que Sam está presente, se encoge de hombros como
esperando que nadie más en el camión haya escuchado a su madre o que por lo
menos no la noten en ese camino a parecer una vaca gorda y alta.
Hay una fábula de Augusto Monterroso que se llama: La rana
que quería ser una rana auténtica, en ella como su nombre lo indica, narra como una ranita se empeñó toda su vida
en lograr ser una rana auténtica, primero observándose compulsivamente en un
espejo, después haciendo caso a lo que
decían los demás y finalmente
ejercitando tanto sus ancas hasta que le fueron arrancadas con la triste
noticia que quien se las comió aseveró que sabían a pollo. Disfruto mucho de trabajar este texto con mis
tutorados, porque invariablemente aparece el conflicto en torno a la autenticidad,
la pregunta concretamente ¿Logra la Rana ser una rana auténtica o no? Los argumentos se polarizan y son dos, por un
lado los que dicen que no la rana no es
auténtica porque pasa su vida atendiendo a lo que los demás le dicen tendría
que hacer, por otro lado, los que dicen que sí, lo consigue en tanto que su
convicción última es ser auténtica y
está dispuesta a todo para lograrlo.
Y entonces el cuestionamiento reaparece, ¿es auténtico ese deseo de
belleza estandarizada? Acompañada por supuesto del cuestionamiento en
contra parte ¿Somos más auténticos por alejarnos de ese canon?
La verdad es que no tengo respuestas, pero sé que me molesta
hablar de mujeres reales e invisibles, todas las mujeres somos reales y somos
diversas y que bueno que así sea, que aburrido
sería vivir en un mundo plano donde todo fuera curvas o todo fuera rectas. El
problema no es ese, el problema es la
energía y el tiempo que gastamos hablando y trabajando para las
apariencias, ahora mismo llevo dos
cuartillas (gracias si usted ha llegado hasta este punto en su lectura) dilucidando
en torno a la valía o invalidez de la belleza
y este tamborilear de dedos sobre las teclas surgió por una notita que abre con la interrogante ¿Las mujeres gordas pueden ser
bellas? Y es una alegoría a la belleza
de las mujeres de tallas grandes y está
bien, pero después las mujeres de tallas
pequeñas repelan y nadie habla de lo
importante y lo importante no tiene que ver con ser delgada o gorda. Ahí seguimos
dando tumbos, defendiendo lo indefendible porque ni siquiera tendría que estar en cuestión. Me encantan las mujeres que se visibilizan
por su incursión en el arte o la ciencia o por ser las mamás más maravillosas
del universo o las mejores maestras, médicos,
escritoras esas que entran a la
sala y comienzan a hablar y no importa
si pesan 50 o 100 kilos hipnotizan con su discurso, invitan a debatirles a
conversar y qué más da si vienen
envueltas en un saco de papas o al
último grito de la moda, los ahí presentes no pueden parar de observarlas
porque es más que evidente que sabe de lo que habla. Admiró de sobre manera a
esas mujeres que tienen un corazón enorme que se les desborda el amor del
pecho y no importa de dónde ni como
llegues tienen el abrazo perfecto y que son mamás y abuelas y tías y ellas
también vienen en todos tamaños y eso nunca, nunca ha sido un problema. Y
eso, eso es lo importante, lo que nos
hace bellas o terriblemente horrendas.
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