domingo, 12 de junio de 2016

BITÁCORA DE RECONSTRUCCIÓN DÍA 1


Sobre el amor, el desamor, el exhibicionismo, la intensidad, los miedos, la cerveza, las letras, la reinvención y cosas peores
ADVERTENCIA será un post exhibicionista y largo, muy largo.
Escribo porque no se volar, ese era el grito de guerra; quizás aún lo es, pero de cuando en cuando lo olvido y es que de cuando en cuando despego los pies del suelo y la cofradía de palabras gastadas que me habitan pierden importancia, no son necesarias. Hoy no es uno de esos días, hoy me son indispensables: oxígeno y alquitrán a un tiempo. Bajo mi cama, habitan de manera poco cuidadosa 72 cuadernos que cuentan mi historia; mi primer diario comencé a escribirlo cuando tenía apenas 7 años, con trazos ilegibles y apresurados registré meticulosamente cada detalle incomprensible del mundo; se vuelve vicio ¿Saben? Una aprende a hablar poco al tiempo que en secreto no puede parar de decirlo ya todo. Nadie nunca me advirtió que al pasar de los años las letras fermentan hasta convertirse en monstruosas creaturas que devoran la inmediatez. Así pues, ahí bajo la cama habitan desordenados 72 monstruos de diferentes estaturas y parecida complexión. 
Crecí en la transición del papel al ordenador, del diario bajo la cama al blog y justo en esa transición descubrí una de mis mayores filias: el exhibicionismo. Resultó que esos, mis monstruos, eran atractivos a los ojos de espectadores desconocidos que morbosamente identificaban ventanas o espejo en ellos. Comencé entonces a enchularlos, a pervertir las historias con fantasías tan inverosímiles como posibles. Poco a poco los desconocidos se volvieron conocidos, alguno más otros menos entraron a esos mundos y mi gusto por mostrarme vestida de mundos imaginarios creció hasta llegar a este punto, donde ahora ustedes me están leyendo; donde saben porque no tengo empacho en disimularlo si estoy bien, si estoy mal, si maldigo o me ha llegado la regla. Se abren cientos de cuestionamientos tantos superficiales como “profundos” que si la renuncia a la intimidad, que si a nadie le importa, que si el peligro de la información qué si, qué si, qué si… La verdad no me importa y regreso a mi grito de guerra: Escribo porque no se volar; agrego además que escribo porque soy torpe para comunicarme de otra forma, lo que ni siquiera implica que de esta lo haga bien, pero siempre será más fácil poner los dedos sobre un teclado que activar la lengua. Luego entonces, si ustedes me están leyendo, me leen, es que me conocen un poco, me saben arrebatada y absurda, apasionada y contradictoria; y por supuesto, son libres de, en caso de sentir tedio, enfado o aburrimiento al leerme de apretar ese botoncito mágico que dice dejar de seguir y listo. 
Todo esto viene a cuenta del reciente estallido emocional en el que me he visto envuelta, primero en subida, después en picada y está lejos de cualquier intento de justificación de una u otra cosa. El universo es caótico y se mueve, todo el tiempo ¿Por qué seriamos distintos nosotros? Hace mucho, mucho tiempo renuncié a la idea de la eternidad, el amor dura lo que dura dura; en esa renuncia descubrí que me gusta sentir al límite, que soy funambulista sin red y que no quiero dejar de serlo, me gusta morirme de amor y pago el costo de hacerlo. No entiendo la vida en abonos. Las cosas nunca salen como esperamos que salgan, lo que no implica que hayan salido mal, sólo salieron distintas y a llorar, lo que sea necesario y suficiente, a emborracharse y enojarse, a hundirse en largas charlas con los monstruos y exhibir la herida, después hacerle huevos a la vida y seguir bailando. Reinventarse, volver a subir a la cuerda o al trapecio y volver caer, que estamos vivos y como decía Cerati, siempre es hoy. 
Me detengo un momento y suspiro releyendo lo hasta aquí escrito y pienso y repienso ¿Cuánto dura el amor? Y me contradigo entonces, si creo en la eternidad, el amor es eterno y es motor, no así los apegos y las personas. El problema, mi problema es ese, pareciera, el eterno retorno a la idea del amor incondicional y tradicional; acribillo al otro por no ser eso que mi inconsciente desea, por no amarme como yo quiero que me amen; y me detengo nuevamente aquí, no estoy disculpando la falta de honestidad, ni culpándome por esa idea que no se me despega de la cabeza, simplemente trato de tomar conciencia ante los hechos. Cuando poco a poco va pasando el enojo y la tristeza se acentúa, quedan dos posibilidades: hundirse o aprender; muchas veces me gana la primera, pero ahora mismo apuesto por la segunda. 
He vuelto a hablar con él, con Ulises, no tiene sentido censurar el nombre cuando más de la mitad de los que están aquí lo conoce y vieron la euforia del encuentro y se hicieron una idea qué si muy rápido, qué si aguas, qué si muy intenso, qué si muy complicado, qué si, que sí, que sí, que sí no importa tampoco. Importa que fue así como él y yo somos, y cada uno está pagando su cuota ahora mismo, en dolor, en tristeza, en aprendizaje. ¿Reconstruirse y volver a intentar? No lo sé, no lo sabemos, por ahora esto es lo que hay y no es bueno porque siempre pudo ser mejor, pero no es malo porque vivir es esto retar los límites, aprender, caer, volar por instantes, escribir cuando el dolor no da para más y vivir con el corazón en todo el cuerpo.

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BITÁCORA DE RECONSTRUCCIÓN DÍA 1


Sobre el amor, el desamor, el exhibicionismo, la intensidad, los miedos, la cerveza, las letras, la reinvención y cosas peores
ADVERTENCIA será un post exhibicionista y largo, muy largo.
Escribo porque no se volar, ese era el grito de guerra; quizás aún lo es, pero de cuando en cuando lo olvido y es que de cuando en cuando despego los pies del suelo y la cofradía de palabras gastadas que me habitan pierden importancia, no son necesarias. Hoy no es uno de esos días, hoy me son indispensables: oxígeno y alquitrán a un tiempo. Bajo mi cama, habitan de manera poco cuidadosa 72 cuadernos que cuentan mi historia; mi primer diario comencé a escribirlo cuando tenía apenas 7 años, con trazos ilegibles y apresurados registré meticulosamente cada detalle incomprensible del mundo; se vuelve vicio ¿Saben? Una aprende a hablar poco al tiempo que en secreto no puede parar de decirlo ya todo. Nadie nunca me advirtió que al pasar de los años las letras fermentan hasta convertirse en monstruosas creaturas que devoran la inmediatez. Así pues, ahí bajo la cama habitan desordenados 72 monstruos de diferentes estaturas y parecida complexión. 
Crecí en la transición del papel al ordenador, del diario bajo la cama al blog y justo en esa transición descubrí una de mis mayores filias: el exhibicionismo. Resultó que esos, mis monstruos, eran atractivos a los ojos de espectadores desconocidos que morbosamente identificaban ventanas o espejo en ellos. Comencé entonces a enchularlos, a pervertir las historias con fantasías tan inverosímiles como posibles. Poco a poco los desconocidos se volvieron conocidos, alguno más otros menos entraron a esos mundos y mi gusto por mostrarme vestida de mundos imaginarios creció hasta llegar a este punto, donde ahora ustedes me están leyendo; donde saben porque no tengo empacho en disimularlo si estoy bien, si estoy mal, si maldigo o me ha llegado la regla. Se abren cientos de cuestionamientos tantos superficiales como “profundos” que si la renuncia a la intimidad, que si a nadie le importa, que si el peligro de la información qué si, qué si, qué si… La verdad no me importa y regreso a mi grito de guerra: Escribo porque no se volar; agrego además que escribo porque soy torpe para comunicarme de otra forma, lo que ni siquiera implica que de esta lo haga bien, pero siempre será más fácil poner los dedos sobre un teclado que activar la lengua. Luego entonces, si ustedes me están leyendo, me leen, es que me conocen un poco, me saben arrebatada y absurda, apasionada y contradictoria; y por supuesto, son libres de, en caso de sentir tedio, enfado o aburrimiento al leerme de apretar ese botoncito mágico que dice dejar de seguir y listo. 
Todo esto viene a cuenta del reciente estallido emocional en el que me he visto envuelta, primero en subida, después en picada y está lejos de cualquier intento de justificación de una u otra cosa. El universo es caótico y se mueve, todo el tiempo ¿Por qué seriamos distintos nosotros? Hace mucho, mucho tiempo renuncié a la idea de la eternidad, el amor dura lo que dura dura; en esa renuncia descubrí que me gusta sentir al límite, que soy funambulista sin red y que no quiero dejar de serlo, me gusta morirme de amor y pago el costo de hacerlo. No entiendo la vida en abonos. Las cosas nunca salen como esperamos que salgan, lo que no implica que hayan salido mal, sólo salieron distintas y a llorar, lo que sea necesario y suficiente, a emborracharse y enojarse, a hundirse en largas charlas con los monstruos y exhibir la herida, después hacerle huevos a la vida y seguir bailando. Reinventarse, volver a subir a la cuerda o al trapecio y volver caer, que estamos vivos y como decía Cerati, siempre es hoy. 
Me detengo un momento y suspiro releyendo lo hasta aquí escrito y pienso y repienso ¿Cuánto dura el amor? Y me contradigo entonces, si creo en la eternidad, el amor es eterno y es motor, no así los apegos y las personas. El problema, mi problema es ese, pareciera, el eterno retorno a la idea del amor incondicional y tradicional; acribillo al otro por no ser eso que mi inconsciente desea, por no amarme como yo quiero que me amen; y me detengo nuevamente aquí, no estoy disculpando la falta de honestidad, ni culpándome por esa idea que no se me despega de la cabeza, simplemente trato de tomar conciencia ante los hechos. Cuando poco a poco va pasando el enojo y la tristeza se acentúa, quedan dos posibilidades: hundirse o aprender; muchas veces me gana la primera, pero ahora mismo apuesto por la segunda. 
He vuelto a hablar con él, con Ulises, no tiene sentido censurar el nombre cuando más de la mitad de los que están aquí lo conoce y vieron la euforia del encuentro y se hicieron una idea qué si muy rápido, qué si aguas, qué si muy intenso, qué si muy complicado, qué si, que sí, que sí, que sí no importa tampoco. Importa que fue así como él y yo somos, y cada uno está pagando su cuota ahora mismo, en dolor, en tristeza, en aprendizaje. ¿Reconstruirse y volver a intentar? No lo sé, no lo sabemos, por ahora esto es lo que hay y no es bueno porque siempre pudo ser mejor, pero no es malo porque vivir es esto retar los límites, aprender, caer, volar por instantes, escribir cuando el dolor no da para más y vivir con el corazón en todo el cuerpo.
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