Hace unos días decidí saldar algunas deudas con el destino, así como en la película de Alguien tiene que ceder (sí, sí yo sé que no es la mejor película del universo, pero Jack Nicolson me encanta. Sí, también yo sé que podría ser mi abuelo, pero es muy buen actor, además era tan sexy) decidí ponerme en contacto, con las personas con las que en algún momento no he sido amable; por alguna razón se me metió en la cabeza que esta racha de mala suerte y mal de amores, en realidad se debe al Karma; así que me puse en acción y conseguí los correos, teléfonos y direcciones de las personas a las que en algún momento les rompí el corazón, tampoco es que sean tantas, pero digamos que si son algunas más de las que me gustaría reconocer.
Supongo que a todas ellas les resultó extraño tener noticias mías después de tanto tiempo. Mientras redactaba cada una de las notas de disculpa, me preguntaba si realmente tenía sentido muy seguramente ya ni se acordarían de tal caso. No es que pensara mandarle nota hasta al niño de cuarto de primaria que se quería casar conmigo cuando creciéramos y yo le dije que no porque era tartamudo y yo no quería que mis hijos fueran tartamudos. Después de todo con él en la adolescencia fuimos muy buenos amigos y ahora, tiene una linda esposa y dos retoños, debe agradecer no haberse casado conmigo.
Seguí adelante con mi cometido envié correos un par de mensajes por celular y me senté a esperar respuesta, pocos contestaron y los que lo hicieron fue con un comprometido “gracias”, o” ya está olvidado”, supongo pues que así operamos los humanos, olvidamos, hacemos que deje de doler bajo la premisa de si no lo recuerdo no existe. En alguna medida esto debe ser sano, pues siempre es necesario seguir adelante, pero en otros aspectos me parece triste, es como si la gente pasara por nuestras vidas para dejar espacios en blanco.
Dándole vueltas a este asunto, pensaba en mi capacidad de olvido, que es nula o mínima, sí claro que olvido dónde he dejado las llaves o cómo se llama el director de la película justo al salir de la sala, olvido cómo llegar a algún sitio si no es después de unas diez veces de visitarlo, pero nunca olvido los rostros, los gestos, las palabras, las manías, los tonos de voz, el olor, la forma de las manos, el timbre de la risa de quienes han pasado por mi vida, es como llevarlos tatuados, y pudieron romperme el corazón o no, pude haber sufrido o gozado, fueron importantes y aquí van, viajan conmigo.
Sí, sé que no es fácil de entender, hay quien me ha dicho que es como vivir en una casa embrujada, pero yo no lo creo así, es más sencillo que eso, es simplemente saber que las personas no son desechable y que si en algún momento damos la llave para que alguien entre es porque algo valioso encontramos en ese alguien y si las cosas no funcionan, no van por donde esperábamos, no quiere decir que el otro pierda valía. Es cómo tener un condominio en la memoria, donde los momentos y las personas se quedan para siempre, porque son importantes. Nunca he mentido cuando digo “Yo te voy a llevar conmigo siempre” .