A él, que sin saberlo, siempre está.
En la pérdida de sentido, donde ya no soy yo quien cae, sino
la vida, el mundo, los otros. En el
indicado momento, después de haber prendido fuego a las ganas, las noches, al
recuerdo, a vos. En la disyuntiva precoz, del no quiero o no sé si quiero. En
este tú que no soy yo ni es conmigo. Ahí, justo en ese sitio y ese tiempo,
suplico con devoción y vehemencia que no me quites mi ojos y que me permitas
conservar mis manos; ellos para mirar el salto, ellas para amortiguar el
impacto. Hace 731 días y 5 centimetros que te espero ahí, justo ahí,
en el lugar descrito, a la orilla de tu tiempo. Hace 21 estrellas y 152296987
metros cúbicos de agua salada que me busco en tu mirada. Hace apenas nada que estamos juntos sin que apenas
lo notes. Hace frío y amor y hambre y sed y soledad. Pero las mañanas me
permito sentirme vulnerable y me quedo unida a eso tuyo dentro de mí, ese
poquito galopante amor que, embriagado de bienestar efímero, me profesas. Vuelvo a orar y con un salmo profano suplico,
que no me quites mis sueños y me dejes conservar la memoria; los primeros para
no terminar de dar el salto, la segunda para no olvidar los pasos que no conducen
a ti. Sé que mis besos saben a sombra, sé que la caricia que mi mano dibuja tarde o temprano quema, sé
amor mío que mis laberintos no parecen tener salida, sé que seguir viviendo es permanecer a la espera. Pero yo
que no soy más que mis palabras y no entiendo otras que no sean tuyas, rezo porque me encuentres, porque al fondo de ti me
encuentres. Y le pido a ese Dios en el que no crees y a todos los que a mí me
acompañan por ti y aún más, egoístamente, por ti conmigo. Pero veo que te
alejas, otra vez te alejas y yo me quedo mirando tu espalda; esperando a que vuelvas para sembrar en mi
piel-desierto. Se suman, días, estrellas y litros de agua salada. No dejo de
esperarte, no cesa la letanía y me digo y me convenzo que el amor en alguna
medida es un acto de fe.
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