martes, 23 de septiembre de 2014

Espiral
Para Isaac, mi arcoíris atemporal.
La  elasticidad del tiempo era un tópico recurrente en sus disertaciones, en realidad pocos prestaban atención a ellas, por lo que podía discurrir libremente sobre el tiempo o los miles de conejos amaestrados que según le había contado su abuela, daban cuerda al reloj universal.  Siempre había imaginado ese reloj en un fondo amarillo, color más desagradable, pero no concebía otro que pudiera servir de tapiz a esos millones y millones de segundos que se iban sumando uno a uno para dar paso a épocas enteras. El tiempo según ella, tendría que ser algo así como un resorte, un espiral, una ilusión óptica de esas que parecen girar y girar y seguir girando  aunque en realidad nunca se muevan.
Todas las tardes se sentaba frente al pórtico de su casa, papel y lápiz en mano tomaba nota de las tonalidades del cielo. Conforme los conejos daban vuelta a la enorme manivela que servía de cuerda al reloj, cambiaba de color el cielo; esto ocurría debido a que con el movimiento el fondo amarillo del reloj universal  se mezclaba con los tonos azules y rojos de los números y las manecillas. Conforme iba cayendo la noche y el cielo se tornaba oscuro, ella deducía  los conejos agotados soltaban la cuerda y el tiempo en su esencia elástica espiralidosa, retrocedía  a gran velocidad  de tal forma que los colores parecían ausentarse.
Si atendía a estas observaciones, podía concluir que vivía todos los días el mismo día, es decir en realidad el tiempo no avanzaba, sólo giraba proporcionalmente hacia adelante y hacia atrás.  Considerando valido su argumento, como de hecho lo hacía, habría que explicar entonces  por qué si todo era un hoy  perpetuo,  si el tiempo no avanzaba sólo giraba, envejecíamos, por qué las cosas morían.   Atribuyo el caso a la elasticidad, consideró que no hablaba de círculos sino de espirales, pero su respuesta no le pareció suficiente.
Cansada de no tener la capacidad para teorizar sobre el efecto aniquilante del tiempo, decidió comenzar una nueva búsqueda. Su nuevo proyecto consistía en cazar algún conejo amaestrado para solicitarle una entrevista.  Se dirigió al mercado y compró todas las reservas de zanahorias que pudo obtener; pasó por una botica  y no sin algunas complicaciones, surtió tantos somníferos como le fue posible obtener.  Preparó un coctel explosivo de pastillas y lo roseó sobre los vegetales procurando no exceder la dosis,  la intención no era matarlos, sólo adormecerlos un poco para  al despertar poder sostener la preciada entrevista.   Esparció las zanahorias por toda la casa, algunas las colgó, otras las puso bajo la cama, en la cocina, en la sala, entre los libros, zanahorias  y más zanahorias por todas partes. Al llegar al baño, decidió sería este el lugar donde más vegetales adormecedores debería haber, suponía que como el agua del escusado giraba en espiral al jalar la cadena, una relación muy cercana debería tener con el espiral del tiempo, pues lo mismo que los hombres se hermanan por ser descendientes del mono, los espirales tendrían que estar familiarizados de alguna forma.
Espero pacientemente, mientras tanto redactaba las preguntas precisas que tendría que hacerle al conejo. Espero, espero, siguió esperando. Sus uñas crecieron, su cabello enmarañado cada vez era más largo, las zanahorias  comenzaban a descomponerse por toda la casa,  un olor más dulce que desagradable inundaba todo el lugar, pero de los conejos del tiempo nada.   Comenzó a perder la calma, no había comido en días, quizás semanas, no tenía animo de salir, ni dinero para adquirir alimentos, así  sin reflexionarlo mucho comió las zanahorias del piso del baño, una a una, hasta quedar profundamente dormida.
Todo parecía perdido, ahí estaba, en el jardín de su casa mirando el cielo cambiar de color, libreta y lápiz en mano, parecía que era su última nota,  y en ella se retractaría de todo, el tiempo no es elástico, no hay espirales, no hay conejos, escribía cuando de pronto, ahí estaban eran ellos, los conejos del tiempo, eran miles y miles,  todos vestidos con una peculiar chaqueta a cuadros, sus pelajes brillantes y blancos  sus ojos eran imponentes y rojos; todos absortos  en dar cuerda a millones y millones de relojes pequeñitos que conformaban el gran reloj universal, que en efecto estaba sobre un horrible fondo amarillo. Ninguno prestaba atención a su presencia, todos a un ritmo como en una gran danza daban cuerda y avanzaban. Todos menos un par, ambos con pelaje oscuro, ellos giraban en sentido contrario, el primero de ellos recogía los relojes descompuestos y los ponía en su saco, el segundo los sustituía por  unos nuevos.
Quiso acercarse, observar de cerca la danza, pero temió alterar el orden así que prefirió a que el conejo que guardaba los relojes averiados pasará frente a ella, para entonces poder interrogarle,   cuando esto sucedió  el  concentrado animalito interrumpió su misión por atender a la extraña creatura que de forma inteligible vociferaba, ella no se percató hasta después de que él no podía entenderla, sin embargo, pronto se dio cuenta, de la acumulación de relojes descompuestos que caían a un lado de la ronda de conejitos blancos y que al no ser recogidos entraban nuevamente  reloj universal causando gran confusión en los afanosos encargados de dar cuerda. Quiso entonces remediar el problema, ayudar a recoger los relojes descompuestos, pero su intervención generó pánico, aquello estaba resultando desastroso.  Todo era tan confuso…
Después de eso todo era un fondo blanco, despertó en el momento exacto que el cielo se torna de tonos marrón, estaba a mitad del jardín, todo había sido un sueño, sintió alivio, quiso ponerse en pie, estaba mareada o algo había cambiado, pues no lograba distinguir entre arriba y abajo, dio un salto, otro salto, otro salto, extendió su brazo izquierdo, una chaqueta  a cuadros cubría su pelaje blanco, estaba en mitad de su jardín entre otros miles de iguales  danzando por inercia y dando cuerda al tiempo…

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Espiral
Para Isaac, mi arcoíris atemporal.
La  elasticidad del tiempo era un tópico recurrente en sus disertaciones, en realidad pocos prestaban atención a ellas, por lo que podía discurrir libremente sobre el tiempo o los miles de conejos amaestrados que según le había contado su abuela, daban cuerda al reloj universal.  Siempre había imaginado ese reloj en un fondo amarillo, color más desagradable, pero no concebía otro que pudiera servir de tapiz a esos millones y millones de segundos que se iban sumando uno a uno para dar paso a épocas enteras. El tiempo según ella, tendría que ser algo así como un resorte, un espiral, una ilusión óptica de esas que parecen girar y girar y seguir girando  aunque en realidad nunca se muevan.
Todas las tardes se sentaba frente al pórtico de su casa, papel y lápiz en mano tomaba nota de las tonalidades del cielo. Conforme los conejos daban vuelta a la enorme manivela que servía de cuerda al reloj, cambiaba de color el cielo; esto ocurría debido a que con el movimiento el fondo amarillo del reloj universal  se mezclaba con los tonos azules y rojos de los números y las manecillas. Conforme iba cayendo la noche y el cielo se tornaba oscuro, ella deducía  los conejos agotados soltaban la cuerda y el tiempo en su esencia elástica espiralidosa, retrocedía  a gran velocidad  de tal forma que los colores parecían ausentarse.
Si atendía a estas observaciones, podía concluir que vivía todos los días el mismo día, es decir en realidad el tiempo no avanzaba, sólo giraba proporcionalmente hacia adelante y hacia atrás.  Considerando valido su argumento, como de hecho lo hacía, habría que explicar entonces  por qué si todo era un hoy  perpetuo,  si el tiempo no avanzaba sólo giraba, envejecíamos, por qué las cosas morían.   Atribuyo el caso a la elasticidad, consideró que no hablaba de círculos sino de espirales, pero su respuesta no le pareció suficiente.
Cansada de no tener la capacidad para teorizar sobre el efecto aniquilante del tiempo, decidió comenzar una nueva búsqueda. Su nuevo proyecto consistía en cazar algún conejo amaestrado para solicitarle una entrevista.  Se dirigió al mercado y compró todas las reservas de zanahorias que pudo obtener; pasó por una botica  y no sin algunas complicaciones, surtió tantos somníferos como le fue posible obtener.  Preparó un coctel explosivo de pastillas y lo roseó sobre los vegetales procurando no exceder la dosis,  la intención no era matarlos, sólo adormecerlos un poco para  al despertar poder sostener la preciada entrevista.   Esparció las zanahorias por toda la casa, algunas las colgó, otras las puso bajo la cama, en la cocina, en la sala, entre los libros, zanahorias  y más zanahorias por todas partes. Al llegar al baño, decidió sería este el lugar donde más vegetales adormecedores debería haber, suponía que como el agua del escusado giraba en espiral al jalar la cadena, una relación muy cercana debería tener con el espiral del tiempo, pues lo mismo que los hombres se hermanan por ser descendientes del mono, los espirales tendrían que estar familiarizados de alguna forma.
Espero pacientemente, mientras tanto redactaba las preguntas precisas que tendría que hacerle al conejo. Espero, espero, siguió esperando. Sus uñas crecieron, su cabello enmarañado cada vez era más largo, las zanahorias  comenzaban a descomponerse por toda la casa,  un olor más dulce que desagradable inundaba todo el lugar, pero de los conejos del tiempo nada.   Comenzó a perder la calma, no había comido en días, quizás semanas, no tenía animo de salir, ni dinero para adquirir alimentos, así  sin reflexionarlo mucho comió las zanahorias del piso del baño, una a una, hasta quedar profundamente dormida.
Todo parecía perdido, ahí estaba, en el jardín de su casa mirando el cielo cambiar de color, libreta y lápiz en mano, parecía que era su última nota,  y en ella se retractaría de todo, el tiempo no es elástico, no hay espirales, no hay conejos, escribía cuando de pronto, ahí estaban eran ellos, los conejos del tiempo, eran miles y miles,  todos vestidos con una peculiar chaqueta a cuadros, sus pelajes brillantes y blancos  sus ojos eran imponentes y rojos; todos absortos  en dar cuerda a millones y millones de relojes pequeñitos que conformaban el gran reloj universal, que en efecto estaba sobre un horrible fondo amarillo. Ninguno prestaba atención a su presencia, todos a un ritmo como en una gran danza daban cuerda y avanzaban. Todos menos un par, ambos con pelaje oscuro, ellos giraban en sentido contrario, el primero de ellos recogía los relojes descompuestos y los ponía en su saco, el segundo los sustituía por  unos nuevos.
Quiso acercarse, observar de cerca la danza, pero temió alterar el orden así que prefirió a que el conejo que guardaba los relojes averiados pasará frente a ella, para entonces poder interrogarle,   cuando esto sucedió  el  concentrado animalito interrumpió su misión por atender a la extraña creatura que de forma inteligible vociferaba, ella no se percató hasta después de que él no podía entenderla, sin embargo, pronto se dio cuenta, de la acumulación de relojes descompuestos que caían a un lado de la ronda de conejitos blancos y que al no ser recogidos entraban nuevamente  reloj universal causando gran confusión en los afanosos encargados de dar cuerda. Quiso entonces remediar el problema, ayudar a recoger los relojes descompuestos, pero su intervención generó pánico, aquello estaba resultando desastroso.  Todo era tan confuso…
Después de eso todo era un fondo blanco, despertó en el momento exacto que el cielo se torna de tonos marrón, estaba a mitad del jardín, todo había sido un sueño, sintió alivio, quiso ponerse en pie, estaba mareada o algo había cambiado, pues no lograba distinguir entre arriba y abajo, dio un salto, otro salto, otro salto, extendió su brazo izquierdo, una chaqueta  a cuadros cubría su pelaje blanco, estaba en mitad de su jardín entre otros miles de iguales  danzando por inercia y dando cuerda al tiempo…
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