martes, 7 de octubre de 2014

El mar...

Para Isaac, mi breve océano

El mar como fundamento, rezaba una leyenda en el baño  público del bar, una tenue sonrisa se dibujó en sus labios. Pagó su cuenta, salió del local y emprendió el camino habitual hasta su casa. Una noche húmeda, las calles recién llovidas hacían brillar el pavimento. Anduvo con calma, como andan los que nadie espera. En su memoria resonaba la frase y se preguntaba a que podría referirse, por qué algo tan inmenso sería el fundamento, el fundamento de qué. Encendió un cigarro y mientras observa la chispa incandescente entre sus dedos, imaginó el ritmo de sus pasos como el mecer de un pequeño bote, pensó en el humo como la niebla de una noche en altamar; sintió frío, se abrazó un poco y siguió navegando en su imaginación; levantó la vista y observó la luz más lejana de un farol, ese sería su faro, su dirección su norte, no, su norte no, para eso necesitaba estrellas y esta noche la niebla y la lluvia las ocultaban. Sin embargó, concluyó ahí bajo todas esas nubes deberían estar. Se detuvo un segundo y sin chistar comenzó a dibujar en el cielo las constelaciones conocidas, inventó otras, no sin darles un nombre por supuesto.  Se sentó un momento a contemplarlas, y la inmensidad de ese millón de estrellas imaginarias la hizo estremecerse, era tan pequeña. Una nostalgia del tamaño de ese firmamento que acababa de crear se apodero de ella, extendió su mano y fue entonces que otra mano, que en algún lugar de la galaxia también se extendía desde una barca inexistente la suya, y le estrujaba. Un sobresalto, una vuelta a la realidad por un instante y un regreso a ese espacio imaginario. Era una mano firme y cálida, una presencia mágica de alguien que como ella buscaba, de alguien que como ella sin saber porque o dónde o cómo la esperaba. Se sintió a salvo. Alguien en algún lugar le había dotado de existencia esa noche y lo único que ambos tenían, era el mar como fundamento. 

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El mar...

Para Isaac, mi breve océano

El mar como fundamento, rezaba una leyenda en el baño  público del bar, una tenue sonrisa se dibujó en sus labios. Pagó su cuenta, salió del local y emprendió el camino habitual hasta su casa. Una noche húmeda, las calles recién llovidas hacían brillar el pavimento. Anduvo con calma, como andan los que nadie espera. En su memoria resonaba la frase y se preguntaba a que podría referirse, por qué algo tan inmenso sería el fundamento, el fundamento de qué. Encendió un cigarro y mientras observa la chispa incandescente entre sus dedos, imaginó el ritmo de sus pasos como el mecer de un pequeño bote, pensó en el humo como la niebla de una noche en altamar; sintió frío, se abrazó un poco y siguió navegando en su imaginación; levantó la vista y observó la luz más lejana de un farol, ese sería su faro, su dirección su norte, no, su norte no, para eso necesitaba estrellas y esta noche la niebla y la lluvia las ocultaban. Sin embargó, concluyó ahí bajo todas esas nubes deberían estar. Se detuvo un segundo y sin chistar comenzó a dibujar en el cielo las constelaciones conocidas, inventó otras, no sin darles un nombre por supuesto.  Se sentó un momento a contemplarlas, y la inmensidad de ese millón de estrellas imaginarias la hizo estremecerse, era tan pequeña. Una nostalgia del tamaño de ese firmamento que acababa de crear se apodero de ella, extendió su mano y fue entonces que otra mano, que en algún lugar de la galaxia también se extendía desde una barca inexistente la suya, y le estrujaba. Un sobresalto, una vuelta a la realidad por un instante y un regreso a ese espacio imaginario. Era una mano firme y cálida, una presencia mágica de alguien que como ella buscaba, de alguien que como ella sin saber porque o dónde o cómo la esperaba. Se sintió a salvo. Alguien en algún lugar le había dotado de existencia esa noche y lo único que ambos tenían, era el mar como fundamento. 
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