domingo, 7 de junio de 2015

recuerdos

Un recuerdo atraviesa la tarde, como era de esperarse viene desparpajado y mal oliente.  Le veo, me ha visto, pero fingimos no conocernos, no fui yo la que le ha vivido; no fu él quien me ha marcado.  Desconocidos bebiendo en el mismo bar, un bar para corazones rotos, para almas solas y personas tristes; para nostalgias que  lo mismo visten glamurosamente que con los peores harapos que el tiempo  les ha otorgado.   Yo pido una cerveza,  él mezcal; sabe que detesto el mezcal, que no soporto ese sabor acre  que quema no sólo las papilas gustativas sino todo mi tracto digestivo. Cínico y de reojo me mira y levanta su breve tarrito para brindar por la desventura que nos une.  Dramática y aparentemente desentendida correspondo al gesto y doy un trago largo, sintiendo en mi paladar el amargo elixir que sabiéndolo de sobra me ata más y más a  esa memoria perdida que hoy aparece y desearía olvidada.  Se acerca desgarbado, le reconozco de principio a fin y me estremezco, sin pedírselo me enciende un cigarrillo  y balbucea con su aliento aguardentoso polvosas palabras a mi oído. Son fuegos artificiales que estallan peligrosamente  muy cerca del corazón. Que se vaya, le pido que se vaya, demasiadas lágrimas ya han corrido en este sitio, pero no le importan mis ruegos se abraza a mis cabellos desordenados y juega con el esbozo de triste sonrisa que apenas atino a dibujar en mi rostro cansado de andar.  No me resisto más y tomo su mano, me hundo entonces en sus veredas y brindo con él una y otra y otra vez, mezcal y cerveza invaden el caer de mi sol. Me besa, lo siento tan mío como si apenas fuera ayer que lo he fabricado, me hace tan suya en un abrazo como si apenas sucediera. Y no sé  si es grato o detestable, pero lo siento, lo siento desde el centro y expandiéndose a todos mis continentes. Me dejo llevar, me dejo ser manojo de vulnerabilidad ante un pasado distante y gris, pero feliz.  Y justo entonces, como todo en mi mundo, cuando los colores cambian, se desvanece se pierde, se aleja, se va.  Un trago más, le busco, se fue.  Se quedan las ganas de llorar, el vacío contundente de manos y palabras y noches y tú.   

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Un recuerdo atraviesa la tarde, como era de esperarse viene desparpajado y mal oliente.  Le veo, me ha visto, pero fingimos no conocernos, no fui yo la que le ha vivido; no fu él quien me ha marcado.  Desconocidos bebiendo en el mismo bar, un bar para corazones rotos, para almas solas y personas tristes; para nostalgias que  lo mismo visten glamurosamente que con los peores harapos que el tiempo  les ha otorgado.   Yo pido una cerveza,  él mezcal; sabe que detesto el mezcal, que no soporto ese sabor acre  que quema no sólo las papilas gustativas sino todo mi tracto digestivo. Cínico y de reojo me mira y levanta su breve tarrito para brindar por la desventura que nos une.  Dramática y aparentemente desentendida correspondo al gesto y doy un trago largo, sintiendo en mi paladar el amargo elixir que sabiéndolo de sobra me ata más y más a  esa memoria perdida que hoy aparece y desearía olvidada.  Se acerca desgarbado, le reconozco de principio a fin y me estremezco, sin pedírselo me enciende un cigarrillo  y balbucea con su aliento aguardentoso polvosas palabras a mi oído. Son fuegos artificiales que estallan peligrosamente  muy cerca del corazón. Que se vaya, le pido que se vaya, demasiadas lágrimas ya han corrido en este sitio, pero no le importan mis ruegos se abraza a mis cabellos desordenados y juega con el esbozo de triste sonrisa que apenas atino a dibujar en mi rostro cansado de andar.  No me resisto más y tomo su mano, me hundo entonces en sus veredas y brindo con él una y otra y otra vez, mezcal y cerveza invaden el caer de mi sol. Me besa, lo siento tan mío como si apenas fuera ayer que lo he fabricado, me hace tan suya en un abrazo como si apenas sucediera. Y no sé  si es grato o detestable, pero lo siento, lo siento desde el centro y expandiéndose a todos mis continentes. Me dejo llevar, me dejo ser manojo de vulnerabilidad ante un pasado distante y gris, pero feliz.  Y justo entonces, como todo en mi mundo, cuando los colores cambian, se desvanece se pierde, se aleja, se va.  Un trago más, le busco, se fue.  Se quedan las ganas de llorar, el vacío contundente de manos y palabras y noches y tú.   
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