miércoles, 21 de septiembre de 2016


Tenía un amigo, no imaginario espero, hace algunos años, cuando actualizaba mi blog todos los días y alguna gente perdía un par de minutos de su vida pasando a leer, en aquellos años no había likes, la banda comentaba, si le había gustado lo que leían te dejaban alguna notita buena onda, si no les gustaba algún insulto.  Iván, así se llamaba mi amigo, se involucraba con mis historias, me preguntaba detalles sobre los personajes, los lugares o la veracidad de lo que yo contaba, después de largas sesiones de preguntas y respuestas en los comentarios del blog, intercambiamos correos electrónicos. Comenzamos a enviarnos cartas, nos volvimos amigos epistolares, era extraño, pero agradable. No tenía yo una imagen física de Iván, igual pudo tener 4 manos y un bigote pelirrojo, la verdad eso no importaba. Importaba que me leía atentamente y yo lo leía a él, imaginando su voz, que tampoco nunca escuché, cada vez que lo leía. Un día Iván dejó de escribir, nunca supe más de él.  El último correo electrónico que tengo de él, está fechado en septiembre de 2006; es una respuesta a este correo:
Dear Iván:
El abuelo se fue, a veces lo extraño un poco, pero no, no es eso lo que me entristece.
Vi a Misael, cada vez más distinto, menos mío, pero no, tampoco es eso lo que me entristece.
El frío en la sierra me genera una especie de nostalgia vertiginosa, pero no, eso no me entristece. 
No sé, no estoy segura de que es lo que me entristece, pero siento como me cala hasta los huesos esta tristeza rara, que nubla la mirada y no me deja poner claras las ideas.
 Escribe pronto, son buen ungüento tus palabras.
La respuesta de Iván, que como ya dije fue la última, fue muy concreta:  Querida maga (así solían llamarme y cabe aclarar que nada tiene que ver con el personaje cortaziano que dicho sea de paso “me caga”, sino más bien con el hilo conductor de las historias de aquellos años) para de buscar tres patas al gato, pinta esa tristeza de colores, con amor Iván. 
¿Cómo se pinta de colores una tristeza que ni siquiera se tiene claro de dónde llega? ¿Cómo dejo de buscar tres patas al gato? ¿Cómo renunció a esta estirpe de melancólicos sin remedio?  ¿Cómo me saco de encima este frío de besos que cada otoño me mata?  ¿Cómo consigo un corazón no pusilánime? ¿Cómo?  ¿Cómo? ¿cómo? 
Esas fueron las preguntas que hice a Iván, no recibí respuesta pero no me di por vencida, sigo buscando, sigo intentando en ensayo y error  y me digo que no, que  este año no, que la tristeza no puede ir atada a mi nombre, y entonces me cambio el nombre y me hago llamar  Matilde, Nube o Luz.   Nada funciona.  Apenas la celebración de las brujas da inicio, a mí se me sale el corazón del pecho y se me pone a llorar desconsolado entre las manos.  Es otoño, con lo que eso duele.  

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Tenía un amigo, no imaginario espero, hace algunos años, cuando actualizaba mi blog todos los días y alguna gente perdía un par de minutos de su vida pasando a leer, en aquellos años no había likes, la banda comentaba, si le había gustado lo que leían te dejaban alguna notita buena onda, si no les gustaba algún insulto.  Iván, así se llamaba mi amigo, se involucraba con mis historias, me preguntaba detalles sobre los personajes, los lugares o la veracidad de lo que yo contaba, después de largas sesiones de preguntas y respuestas en los comentarios del blog, intercambiamos correos electrónicos. Comenzamos a enviarnos cartas, nos volvimos amigos epistolares, era extraño, pero agradable. No tenía yo una imagen física de Iván, igual pudo tener 4 manos y un bigote pelirrojo, la verdad eso no importaba. Importaba que me leía atentamente y yo lo leía a él, imaginando su voz, que tampoco nunca escuché, cada vez que lo leía. Un día Iván dejó de escribir, nunca supe más de él.  El último correo electrónico que tengo de él, está fechado en septiembre de 2006; es una respuesta a este correo:
Dear Iván:
El abuelo se fue, a veces lo extraño un poco, pero no, no es eso lo que me entristece.
Vi a Misael, cada vez más distinto, menos mío, pero no, tampoco es eso lo que me entristece.
El frío en la sierra me genera una especie de nostalgia vertiginosa, pero no, eso no me entristece. 
No sé, no estoy segura de que es lo que me entristece, pero siento como me cala hasta los huesos esta tristeza rara, que nubla la mirada y no me deja poner claras las ideas.
 Escribe pronto, son buen ungüento tus palabras.
La respuesta de Iván, que como ya dije fue la última, fue muy concreta:  Querida maga (así solían llamarme y cabe aclarar que nada tiene que ver con el personaje cortaziano que dicho sea de paso “me caga”, sino más bien con el hilo conductor de las historias de aquellos años) para de buscar tres patas al gato, pinta esa tristeza de colores, con amor Iván. 
¿Cómo se pinta de colores una tristeza que ni siquiera se tiene claro de dónde llega? ¿Cómo dejo de buscar tres patas al gato? ¿Cómo renunció a esta estirpe de melancólicos sin remedio?  ¿Cómo me saco de encima este frío de besos que cada otoño me mata?  ¿Cómo consigo un corazón no pusilánime? ¿Cómo?  ¿Cómo? ¿cómo? 
Esas fueron las preguntas que hice a Iván, no recibí respuesta pero no me di por vencida, sigo buscando, sigo intentando en ensayo y error  y me digo que no, que  este año no, que la tristeza no puede ir atada a mi nombre, y entonces me cambio el nombre y me hago llamar  Matilde, Nube o Luz.   Nada funciona.  Apenas la celebración de las brujas da inicio, a mí se me sale el corazón del pecho y se me pone a llorar desconsolado entre las manos.  Es otoño, con lo que eso duele.  
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