jueves, 30 de marzo de 2017

Silencio

Dicen que los tiempos calmos son mal alimento para los palabristas. No sé si estoy de acuerdo, pero sí que lo entiendo, mi tintero se seca en el escritorio olvidado donde yacen las cartas sin destinatario y los ceniceros desbordantes de insomnios y pasiones no correspondidas, no, no es que haya dejado el mal hábito de fumar en las madrugadas, todos tenemos derecho a un vicio en esta vida, pero ahora fumo en compañía, escribo poco, pero hablo todo y alguien escucha con amplia sonrisa; las cartas llevan remitente y destinatario claro.  Agradezco la sequía de letras, porque aprendo nuevos lenguajes más cercanos, mas tibios, más inmediatos y honestos.  Claro que extraño el vértigo de malabarear adjetivos, uno nace con ese ímpetu de náufrago del lenguaje, no es algo que se elija, ahí está, latente y permanente, pero a veces y por lapsos placenteros es bueno regocijarse en lo placentero del silencio.  

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Silencio

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Dicen que los tiempos calmos son mal alimento para los palabristas. No sé si estoy de acuerdo, pero sí que lo entiendo, mi tintero se seca en el escritorio olvidado donde yacen las cartas sin destinatario y los ceniceros desbordantes de insomnios y pasiones no correspondidas, no, no es que haya dejado el mal hábito de fumar en las madrugadas, todos tenemos derecho a un vicio en esta vida, pero ahora fumo en compañía, escribo poco, pero hablo todo y alguien escucha con amplia sonrisa; las cartas llevan remitente y destinatario claro.  Agradezco la sequía de letras, porque aprendo nuevos lenguajes más cercanos, mas tibios, más inmediatos y honestos.  Claro que extraño el vértigo de malabarear adjetivos, uno nace con ese ímpetu de náufrago del lenguaje, no es algo que se elija, ahí está, latente y permanente, pero a veces y por lapsos placenteros es bueno regocijarse en lo placentero del silencio.  
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