Esta noche la hoja no está en blanco, el cursor no reta a mi
falta de tino para pisar las teclas de forma correcta, esta noche la delicada
efigie de la mujer soñada se asoma a la ventana aún antes de ser evocada, ahí
está con su cabello oscuro cayendo como cascada y sus delicadas manos tocando
tu imaginación. Enciendo un cigarrillo el mejor lugar común conocido para
desviar la atención y pensar que fue un descuido y no un malintencionado plan
para reprochar mis amplias caderas y mi falta de encanto. No funciona. Los
celos a raudales me invaden y desaparece el juicio, el corazón se empequeñece y
la razón no acierta a encontrar un punto fijo. Respiro con la intención de
guardar la calma, cierro mis ojos y me ubico en un punto ciego, dónde no haya nada,
donde sólo este yo, yo y el espejo de mis inseguridades, ese que me reclama no
poder inspirar ni tres líneas, ese en el
que al fondo se muestra un desfile de mujeres desnudas que tus manos desearían
estuvieran al frente, pero nada sólo estoy yo; yo y el arrebato de romper el
espejo y arrancarme la piel y las ganas. Regreso del punto ciego, vuelvo al lugar común
y enciendo otro cigarro – los lugares comunes son seguros- me concentro en el
humo que asciende y sin querer otra vez ella y su piel oscura asomando en el
monitor, la bocanada se exige más amplia para borrarle, pero es enorme y yo tan
pequeña. Me aferro al hilo de voz, a las palabras las últimas que dirigiste en
dirección a mis oídos pero son crueles y la habitación gira y el mundo no se
detiene y el tabaco no vuelve tenue la imagen y yo me siento tan triste…
El alma condenada o De Bernini a Bartolozzi
Hace 2 días
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