jueves, 27 de mayo de 2010

Reflexiones sobre viejos textos


Hablar  es  violentar el espacio de los demás,
  es deshonesto, es intentar convencer al otro.
Merlina Maga (mayo 2005)


Hace algunos años, escribía sobre la violencia que se ejerce sobre los otros con el golpe de las palabras que rompen el silencio, ahora lo pienso y creo q era bastante radical la postura, no todas las palabras violentan, también hay las que dan alivio, las que se esperan ansiosamente, las que nunca llegan, las que duelen, las necesarias, las que sobran, las que faltan, las que se dicen, las que se escriben, las que se leen entre líneas, las que conmueven, las que molestan, las que mueven mundos…
Creo que el problema ya no son las palabras, creo que aprendí a vivir con ellas, a escucharlas a leerlas, adivinarlas, amarlas, a suponer con ellas circunstancias, a construir y deconstruir realidades a partir de ellas, a sentirlas como manos suplicantes reptando por el cuerpo para volverse completamente sensitivas, a desnudarlas para que sean mías y abandonarlas cuando no me pertenecen, a buscarme entre las vocales a jugar con las consonantes, a dotar de sentido a perderlo y reinventarlo.
Sigo prefiriendo la palabra que se plasma al golpe del teclado, que las que se emiten como sonido, me gusta más el discurso en el que se ha reparado más de una vez, que el que se dice mecánicamente, disfruto de leer como los otros proyectan ese golpe que viene desde dentro, que los hace verterse que refleja un yo más honesto que el que habla, que aún en el afán mentiroso de la ornamenta literaria, devela ese otro que siente y piensa, que lo divide.







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Reflexiones sobre viejos textos


Hablar  es  violentar el espacio de los demás,
  es deshonesto, es intentar convencer al otro.
Merlina Maga (mayo 2005)


Hace algunos años, escribía sobre la violencia que se ejerce sobre los otros con el golpe de las palabras que rompen el silencio, ahora lo pienso y creo q era bastante radical la postura, no todas las palabras violentan, también hay las que dan alivio, las que se esperan ansiosamente, las que nunca llegan, las que duelen, las necesarias, las que sobran, las que faltan, las que se dicen, las que se escriben, las que se leen entre líneas, las que conmueven, las que molestan, las que mueven mundos…
Creo que el problema ya no son las palabras, creo que aprendí a vivir con ellas, a escucharlas a leerlas, adivinarlas, amarlas, a suponer con ellas circunstancias, a construir y deconstruir realidades a partir de ellas, a sentirlas como manos suplicantes reptando por el cuerpo para volverse completamente sensitivas, a desnudarlas para que sean mías y abandonarlas cuando no me pertenecen, a buscarme entre las vocales a jugar con las consonantes, a dotar de sentido a perderlo y reinventarlo.
Sigo prefiriendo la palabra que se plasma al golpe del teclado, que las que se emiten como sonido, me gusta más el discurso en el que se ha reparado más de una vez, que el que se dice mecánicamente, disfruto de leer como los otros proyectan ese golpe que viene desde dentro, que los hace verterse que refleja un yo más honesto que el que habla, que aún en el afán mentiroso de la ornamenta literaria, devela ese otro que siente y piensa, que lo divide.







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