lunes, 12 de septiembre de 2011

El temblor Remasterizado

Deje el psicoanálisis y regresé a las letras, alguien por ahí me dijo que mejor sería escribir cartas, lo reconsideré y abandoné al analista y me inscribí en un taller de creación literaria, han surgido un par de cosas interesantes y he tenido oportunidad de regresar a mis viejos textos para pasarles el hacha y quitando la aprensión que normalmente me impide corregirlos les he dado una manita de gato, así que les comparto este texto remasterizado.



El temblor



   “Despiértenme cuando pase el temblor”

Soda estéreo

    Hugo se levantó paladeando el desagradable sabor del metal que le había dejado el sueño; Mirey aún dormía. La habitación estaba intacta, nadie sospecharía del terremoto de unas horas atrás, la ciudad estaba en ruinas. La radio comenzaba a dar las primeras estadísticas de los daños, Hugo se asomo por la ventana y sorbió tranquilamente su café, en realidad no le importaba  nada  tras aquel umbral que lo separaba de la tragedia  del resto de los habitantes. Regresó a la cama y buscó instintivamente el sexo de Mirey, quería encontrar nuevamente el ensueño extasiante de los ojos verdes de ella cuando se desorbitaban ante el placer, ella lo recibió sin mayor interés pero sin poner resistencia, hicieron tibiamente el amor sin emitir sonido alguno, inconscientemente los dos sabían todo había llegado a su fin, no había marcha atrás ya no tenían tiempo de reconstruirse, el terremoto no había tocado su casa, pero la historia no les permitiría volver a ponerse en pie como al resto de la  ciudad.

     Mirey conoció a Hugo una noche sin más que humo en el bolsillo y nostalgia en la mirada; él trabajaba en un negocio cerca del centro, siempre tomaba el mismo camino a casa, pero un par de noches atrás había tomado la determinación de nunca volver a pasar  dos veces por el mismo sitio. Comenzó por alternar las calles, explorando diferentes formas para llegar a casa.  Esa noche, en esa hora incierta, ahí estaba ella, con un abrigo hasta las rodillas y una boina a la francesa que la hacía lucir peculiar, ella se acercó con el afán de  conseguir fuego para su cigarro, él quedó prendado de ese par de ojos verdes ocultos bajo unas gafas amplias. Caminaron un par de calles sin cruzar ninguna palabra útil o inteligente: "Me llamo Mirey"  "soy empleado de un hotel cercano" " No me gusta el frío"  y un bla bla bla bla sin dirección ni pretensión alguna, aunque en realidad eso no importaba, sólo bastaría llegar al punto donde sus destinos se bifurcaran para cambiar de  página y poner ese encuentro con las cosas  sin importancia del día que pronto se olvidan; pero eso no sucedió o por lo menos no esa noche, esa noche caminaron muchas calles más.

   Hugo se levantó  y preguntó a quema ropa -te vas tú o seré yo quien se marche- Mirey bostezó indiferente al tiempo que levantaba los hombros para hacer más evidente su desinterés ante la situación, él comenzó a vestirse decepcionado de la reacción de ella ante sus palabras, no lo creía posible, cuatro años de su vida se desmoronaban ante él, sin provocar el menor estruendo. Se asomó nuevamente por la ventana y pudo sentir la desolación reinante en las calles, la impotencia de la gente,  la mayoría lo habían perdido todo. Él sentía algo similar, sabía no quedaba más, esos cautivantes ojos verdes de aquella noche y de tantas mañanas se cerraban para siempre. Habría sido mejor si el terremoto hubiera acabado con él, con su casa y con ella, sobre todo con ella.

    Mirey se acomodó nuevamente y volvió a dormir, soñó ser un pez, uno de agua dulce, un pez de agua dulce en un enorme océano salado,  nadaba entre los demás peces, ninguno entendía su asfixia. Despertó sobresaltada, Hugo se había marchado, los estantes estaban vacios y ahora justo ahora quería pedirle no lo hiciera, el océano del sueño broto por sus ojos, siempre había sido así, tarde muy tarde.

  

Hugo no tenía a donde ir, la ciudad estaba destrozada, se respiraba en todo sitio la desolación de ellos, los otros, los que no entendían porqué él cambiaria de lugar con cualquiera,  en ese momento preferiría ser él quien estuviera enterrado entre los escombros. Una mujer se acercó para pedirle una moneda, buscó en su bolso y le entregó un par de billetes arrugados, sentía nauseas, asco ante la podredumbre que pisaba a cada paso, no entendía como la naturaleza, dios o el azar tramposo podía acabar con el mundo entero de una sacudida. Tampoco entendía  cómo sin sacudida, su mundo estaba hoy en trizas. Todo era confuso, quería odiarla, desear realmente fuera ella quien se acercara mendigando  ahora no fuego sino piedad, quería tener el poder de pisar su cabeza en un charco de sangre al siguiente paso, pero no podía, la amaba, la amaba tanto, la necesitaba.

   

            Mirey seguía desnuda, postrada sobre la cama, en silencio, esperando la puerta se abriera y él estuviera de vuelta, tarde entendía cuanto lo amaba, tarde extendía los brazos para alcanzarle. Se puso en pie, buscó su abrigo y su boina, puso los tres cigarros que le restaban en la bolsa izquierda y salió, así, descalza y sin más ropa que el viejo abrigo  y la boina francesa, caminó incesantemente entre las ruinas de la ciudad y llego a la calle donde años atrás un extraño de andar discreto le ofreció fuego  y una soledad compartida.

     Hugo gurdo sus manos en el pantalón y sintió el encendedor entre sus dedos, vinieron a él  inmediatamente los recuerdos del primer encuentro,  algunas lagrimas escaparon de sus ojos, ganas incesantes de volver, atravesar la puerta,   andar por esa calle donde se encontraron; apretó el paso y avanzo firme, supuso que aún era tiempo, que la encontraría dormida, y le contaría una historia nueva; tal vez regresando por aquellas calles la encontraría nuevamente con su boina y su abrigo, sonrió, por un segundo imaginó el cuadro, pero entonces recordó la premisa aquella noche: "nunca más por el mismo sitio", soltó el encendedor viró a la derecha y se perdió entre los damnificados que había dejado el temblor.

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El temblor Remasterizado

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Deje el psicoanálisis y regresé a las letras, alguien por ahí me dijo que mejor sería escribir cartas, lo reconsideré y abandoné al analista y me inscribí en un taller de creación literaria, han surgido un par de cosas interesantes y he tenido oportunidad de regresar a mis viejos textos para pasarles el hacha y quitando la aprensión que normalmente me impide corregirlos les he dado una manita de gato, así que les comparto este texto remasterizado.



El temblor



   “Despiértenme cuando pase el temblor”

Soda estéreo

    Hugo se levantó paladeando el desagradable sabor del metal que le había dejado el sueño; Mirey aún dormía. La habitación estaba intacta, nadie sospecharía del terremoto de unas horas atrás, la ciudad estaba en ruinas. La radio comenzaba a dar las primeras estadísticas de los daños, Hugo se asomo por la ventana y sorbió tranquilamente su café, en realidad no le importaba  nada  tras aquel umbral que lo separaba de la tragedia  del resto de los habitantes. Regresó a la cama y buscó instintivamente el sexo de Mirey, quería encontrar nuevamente el ensueño extasiante de los ojos verdes de ella cuando se desorbitaban ante el placer, ella lo recibió sin mayor interés pero sin poner resistencia, hicieron tibiamente el amor sin emitir sonido alguno, inconscientemente los dos sabían todo había llegado a su fin, no había marcha atrás ya no tenían tiempo de reconstruirse, el terremoto no había tocado su casa, pero la historia no les permitiría volver a ponerse en pie como al resto de la  ciudad.

     Mirey conoció a Hugo una noche sin más que humo en el bolsillo y nostalgia en la mirada; él trabajaba en un negocio cerca del centro, siempre tomaba el mismo camino a casa, pero un par de noches atrás había tomado la determinación de nunca volver a pasar  dos veces por el mismo sitio. Comenzó por alternar las calles, explorando diferentes formas para llegar a casa.  Esa noche, en esa hora incierta, ahí estaba ella, con un abrigo hasta las rodillas y una boina a la francesa que la hacía lucir peculiar, ella se acercó con el afán de  conseguir fuego para su cigarro, él quedó prendado de ese par de ojos verdes ocultos bajo unas gafas amplias. Caminaron un par de calles sin cruzar ninguna palabra útil o inteligente: "Me llamo Mirey"  "soy empleado de un hotel cercano" " No me gusta el frío"  y un bla bla bla bla sin dirección ni pretensión alguna, aunque en realidad eso no importaba, sólo bastaría llegar al punto donde sus destinos se bifurcaran para cambiar de  página y poner ese encuentro con las cosas  sin importancia del día que pronto se olvidan; pero eso no sucedió o por lo menos no esa noche, esa noche caminaron muchas calles más.

   Hugo se levantó  y preguntó a quema ropa -te vas tú o seré yo quien se marche- Mirey bostezó indiferente al tiempo que levantaba los hombros para hacer más evidente su desinterés ante la situación, él comenzó a vestirse decepcionado de la reacción de ella ante sus palabras, no lo creía posible, cuatro años de su vida se desmoronaban ante él, sin provocar el menor estruendo. Se asomó nuevamente por la ventana y pudo sentir la desolación reinante en las calles, la impotencia de la gente,  la mayoría lo habían perdido todo. Él sentía algo similar, sabía no quedaba más, esos cautivantes ojos verdes de aquella noche y de tantas mañanas se cerraban para siempre. Habría sido mejor si el terremoto hubiera acabado con él, con su casa y con ella, sobre todo con ella.

    Mirey se acomodó nuevamente y volvió a dormir, soñó ser un pez, uno de agua dulce, un pez de agua dulce en un enorme océano salado,  nadaba entre los demás peces, ninguno entendía su asfixia. Despertó sobresaltada, Hugo se había marchado, los estantes estaban vacios y ahora justo ahora quería pedirle no lo hiciera, el océano del sueño broto por sus ojos, siempre había sido así, tarde muy tarde.

  

Hugo no tenía a donde ir, la ciudad estaba destrozada, se respiraba en todo sitio la desolación de ellos, los otros, los que no entendían porqué él cambiaria de lugar con cualquiera,  en ese momento preferiría ser él quien estuviera enterrado entre los escombros. Una mujer se acercó para pedirle una moneda, buscó en su bolso y le entregó un par de billetes arrugados, sentía nauseas, asco ante la podredumbre que pisaba a cada paso, no entendía como la naturaleza, dios o el azar tramposo podía acabar con el mundo entero de una sacudida. Tampoco entendía  cómo sin sacudida, su mundo estaba hoy en trizas. Todo era confuso, quería odiarla, desear realmente fuera ella quien se acercara mendigando  ahora no fuego sino piedad, quería tener el poder de pisar su cabeza en un charco de sangre al siguiente paso, pero no podía, la amaba, la amaba tanto, la necesitaba.

   

            Mirey seguía desnuda, postrada sobre la cama, en silencio, esperando la puerta se abriera y él estuviera de vuelta, tarde entendía cuanto lo amaba, tarde extendía los brazos para alcanzarle. Se puso en pie, buscó su abrigo y su boina, puso los tres cigarros que le restaban en la bolsa izquierda y salió, así, descalza y sin más ropa que el viejo abrigo  y la boina francesa, caminó incesantemente entre las ruinas de la ciudad y llego a la calle donde años atrás un extraño de andar discreto le ofreció fuego  y una soledad compartida.

     Hugo gurdo sus manos en el pantalón y sintió el encendedor entre sus dedos, vinieron a él  inmediatamente los recuerdos del primer encuentro,  algunas lagrimas escaparon de sus ojos, ganas incesantes de volver, atravesar la puerta,   andar por esa calle donde se encontraron; apretó el paso y avanzo firme, supuso que aún era tiempo, que la encontraría dormida, y le contaría una historia nueva; tal vez regresando por aquellas calles la encontraría nuevamente con su boina y su abrigo, sonrió, por un segundo imaginó el cuadro, pero entonces recordó la premisa aquella noche: "nunca más por el mismo sitio", soltó el encendedor viró a la derecha y se perdió entre los damnificados que había dejado el temblor.
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