Si me quitara la manía de escribir cartas, me metería en menos problemas, el
sonido confunde y olvida, el papel no. Ese es rencoroso, guarda minuciosamente
los sentimientos y es como si la tinta en él fermentara los sentires que cuando
volvemos a ellos nos embriagan. No es
que la embriaguez sea mala, que al final nada bueno ni malo existe, pero a veces, cuando en el papel se surcaron abismos
no pensados y por supuesto, se olvidó de incluir un puente, una se queda del
otro lado de las cartas, sin poder alcanzar nunca más al destinatario que sin
esperarlo se ha quedado varado del otro lado, mirando en silencio y con un
dolor que le atraviesa el hipotálamo, sin entender muy bien, porque ha sido confinado
a ese punto lejano. Digo esto al tiempo
que considero en mi cabeza, esta debería ser otra carta. Esa que no llegue a tu correo, que quizás
nunca leas, que sólo sirva para gritar en
secreto todo lo que me duele el abismo que las otras cartas dejaron.
El alma condenada o De Bernini a Bartolozzi
Hace 2 días
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