Guanajuato, Guanajuato
30 de abril de 2014
Acostumbrarse es una forma cómoda
de habitar en el mundo. No puede ser malo buscar comodidad. Nadie puede culparnos
por crecer acostumbrados a la comodidad. Pero sobre todo, nadie puede culparnos
por crecer. Dice el calendario que hoy
es día de los niños. ¿Los niños están acostumbrados a ser niños? Esa imagen
idealizada del infante ávido y deseante descubriendo el mundo, me impide
concebir un niño acostumbrado a algo. ¿En qué momento nos acostumbramos a que
la luna nos persiga? ¿Cuándo la costumbre de la oscuridad por las noches nos hizo olvidar los monstruos del
armario?
Hablo
de costumbres y comodidades, de monstruos, de niños, hablo de cualquier cosa
que haga más ameno el transitar a eso que más se acerca a lo que intento decir.
Alguna vez escuché una ponencia de
filosofía del lenguaje, tenía un nombre
muy bello “el mar como fundamento” la
tesis que se sostenía era aún más bella “todo es metáfora”, nada de lo que decimos
o escribimos es literal, nada de lo que comunicamos es fiel al pensamiento; no
importa cuánto nos esforcemos en expresar tal cual ideas o sentimientos,
siempre habrá un halo de lenguaje cubriendo ese intento por decir, protegiéndonos
de la verdad desnuda.
Lo bello no siempre es lo conveniente o tal
vez sí. Qué puedo saber yo de belleza y conveniencias, yo que no hago más que
malabares sin gracia con palabras mentirosas y gastadas. Qué puedo saber yo de
belleza si las miradas dulces que embellecen los objetos amados nunca me pertenecen ni contemplan. Lo triste e irónico,
es que no me acostumbro. No me acostumbro al frío de ojos en la piel, y peor
aún no me acostumbro al frío de tus ojos cuando me evitan.
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