domingo, 3 de enero de 2010

El temblor

"Despiértenme cuando pase el temblor…" Soda estereo El temblor

Hugo se levanto paladeando el desagradable sabor del metal que le había dejado el sueño; Mirey aún dormía. La habitación estaba intacta nadie sospecharía del terremoto que unas horas atrás había sacudido a la ciudad. La radio comenzaba a dar las primeras estadísticas de los daños, Hugo se asomo por la ventana y sorbió tranquilamente su café, en realidad no le importaba lo que había tras aquel umbral que lo separaba de la tragedia que el resto de los habitantes vivía, regreso a la cama y busco instintivamente el sexo de Mirey, quería encontrar nuevamente el ensueño extasiante que le provocaba los ojos verdes de ella cuando se desorbitaban ante el placer, ella lo recibió sin mayor interés pero sin poner resistencia, hicieron tibiamente el amor sin emitir sonido alguno, inconscientemente los dos sabían que había llegado el final, no había marcha atrás ya no tenían tiempo de reconstruirse, el terremoto no había tocado su hábitat, pero la historia no les permitiría volver a ponerse en pie como al resto de la ciudad.

Mirey había conocido a Hugo una noche sin más que humo en el bolsillo y nostalgia en la mirada; él trabajaba en un negocio cerca del centro, siempre tomaba el mismo camino a casa, pero un par de noches atrás había tomado la determinación de no pasar dos veces nunca más por el mismo sitio, así que comenzó por alternar las calles que conducían hasta su casa y esa noche, en esa hora incierta, ahí estaba ella, con un abrigo hasta las rodillas y una boina a la francesa que la hacía lucir peculiar, ella se acerco sin más afán que conseguir fuego para su cigarro, él quedo prendado de ese par de ojos verdes que se ocultaban bajo unas gafas amplias. Caminaron un par de calles sin cruzar palabra alguna que resultara útil o inteligente "Me llamo Mirey" "soy empleado de un hotel cercano" " No me gusta el frío" y un bla bla bla bla que no conducía ningún lado, aunque en realidad eso no importaba, sólo habría que llegar al punto donde sus destinos se bifurcaran para cambiar de página y poner ese encuentro donde se ponen las cosas que no tienen mayor importancia y pronto se olvidan; pero eso no sucedió o por lo menos no esa noche, esa noche caminaron muchas calles más.


 

Hugo se levanto y pregunto a quema ropa -te vas tú o seré yo el que se marche- Mirey bostezo indiferente al tiempo que levantaba los hombros para hacer más evidente su desinterés ante la situación, él comenzó a vestirse decepcionado de la reacción que sus palabras habían logrado, no creía posible que cuatro años de su vida se desmoronaran ante si, sin provocar el menor estruendo, se asomo nuevamente por la ventana y pudo sentir la desolación que reinaba en las calles, la impotencia de la gente que había perdido todo era la misma que él sentía al saber que no quedaba más, que esos ojos verdes que le cautivaban esa mañana se cerraban para siempre, mas habría valido que el terremoto hubiera acabado con él, con su casa y con ella, sobre todo con ella.


 

Mirey se acomodo nuevamente y volvió a dormir, soñó que era un pez, uno de agua dulce, un pez de agua dulce en un enorme océano salado que no le permitía subsistir, pero aún así nadaba entre los demás peces que no entendían su asfixia. Despertó sobresaltada, Hugo se había marchado, los estantes estaban vacios y ahora justo ahora quería pedirle que no lo hiciera, el océano del sueño broto por sus ojos, siempre había sido así, tarde muy tarde...


 

Hugo no tenía a donde ir, la ciudad estaba destrozada, se respiraba en todo sitio la desolación de ellos, los otros, los que no entendían que cambiaria de lugar con cualquiera, en ese momento preferiría ser él quien estuviera enterrado entre los escombros. Una mujer se acerco para pedirle una moneda, buscó en su bolso y le entrego un par de billetes arrugados, sentía nauseas, asco ante la podredumbre que pisaba a cada paso, no entendía como la naturaleza, dios o el azar tramposo podía acabar con el mundo entero de una sacudida, lo mismo que sin sacudida alguna su mundo estaba hoy en trizas. Todo era confuso, quería odiarla, desear que realmente fuera ella la que se acercara mendigando ahora no fuego sino piedad, quería tener el poder de pisar su cabeza en un charco de sangre al siguiente paso, pero no podía, la amaba, la necesitaba.


 

Mirey seguía desnuda, postrada sobre la cama, en silencio, esperando que la puerta se abriera y él estuviera de vuelta, tarde entendía que lo amaba, tarde extendía los brazos para alcanzarle. Se puso en pie, busco su abrigo y su boina, puso los tres cigarros que le restaban en la bolsa izquierda y salió, así descalza, sin más ropa que el viejo abrigo y la boina francesa, camino incesantemente entre las ruinas de la ciudad y llego a la calle donde años atrás un extraño de andar discreto le ofreció fuego y una soledad compartida.


 

Hugo gurdo sus manos en el pantalón y sintió el encendedor entre sus dedos, vinieron a él inmediatamente los recuerdos del primer encuentro, algunas lagrimas escaparon de sus ojos, ganas incesantes de volver, de atravesar la puerta, de andar por esa calle que lo llevo a su encuentro; apretó el paso y avanzo firme, supuso que aún era tiempo, que la encontraría dormida, y le contaría una historia nueva, que tal vez regresando por las aquellas calles la encontraría nuevamente con su boina y su abrigo, sonrió por un segundo imaginando el cuadro, pero entonces recordó la premisa que lo llevo hasta ella, "nunca más por el mismo sitio", soltó el encendedor viro a la derecha y se perdió entre los damnificados que había dejado el temblor.

1 visiones de otros espejos:

Marcopolo dijo...

"Nunca más por el mismo sitio" muy buena... Recordé las noches en la Madero con el encededor en el bolsillo, esperando cruzar la calle para avanzar hacía ningún lado.

Un abrazo, carnala!

El temblor

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"Despiértenme cuando pase el temblor…" Soda estereo El temblor

Hugo se levanto paladeando el desagradable sabor del metal que le había dejado el sueño; Mirey aún dormía. La habitación estaba intacta nadie sospecharía del terremoto que unas horas atrás había sacudido a la ciudad. La radio comenzaba a dar las primeras estadísticas de los daños, Hugo se asomo por la ventana y sorbió tranquilamente su café, en realidad no le importaba lo que había tras aquel umbral que lo separaba de la tragedia que el resto de los habitantes vivía, regreso a la cama y busco instintivamente el sexo de Mirey, quería encontrar nuevamente el ensueño extasiante que le provocaba los ojos verdes de ella cuando se desorbitaban ante el placer, ella lo recibió sin mayor interés pero sin poner resistencia, hicieron tibiamente el amor sin emitir sonido alguno, inconscientemente los dos sabían que había llegado el final, no había marcha atrás ya no tenían tiempo de reconstruirse, el terremoto no había tocado su hábitat, pero la historia no les permitiría volver a ponerse en pie como al resto de la ciudad.

Mirey había conocido a Hugo una noche sin más que humo en el bolsillo y nostalgia en la mirada; él trabajaba en un negocio cerca del centro, siempre tomaba el mismo camino a casa, pero un par de noches atrás había tomado la determinación de no pasar dos veces nunca más por el mismo sitio, así que comenzó por alternar las calles que conducían hasta su casa y esa noche, en esa hora incierta, ahí estaba ella, con un abrigo hasta las rodillas y una boina a la francesa que la hacía lucir peculiar, ella se acerco sin más afán que conseguir fuego para su cigarro, él quedo prendado de ese par de ojos verdes que se ocultaban bajo unas gafas amplias. Caminaron un par de calles sin cruzar palabra alguna que resultara útil o inteligente "Me llamo Mirey" "soy empleado de un hotel cercano" " No me gusta el frío" y un bla bla bla bla que no conducía ningún lado, aunque en realidad eso no importaba, sólo habría que llegar al punto donde sus destinos se bifurcaran para cambiar de página y poner ese encuentro donde se ponen las cosas que no tienen mayor importancia y pronto se olvidan; pero eso no sucedió o por lo menos no esa noche, esa noche caminaron muchas calles más.


 

Hugo se levanto y pregunto a quema ropa -te vas tú o seré yo el que se marche- Mirey bostezo indiferente al tiempo que levantaba los hombros para hacer más evidente su desinterés ante la situación, él comenzó a vestirse decepcionado de la reacción que sus palabras habían logrado, no creía posible que cuatro años de su vida se desmoronaran ante si, sin provocar el menor estruendo, se asomo nuevamente por la ventana y pudo sentir la desolación que reinaba en las calles, la impotencia de la gente que había perdido todo era la misma que él sentía al saber que no quedaba más, que esos ojos verdes que le cautivaban esa mañana se cerraban para siempre, mas habría valido que el terremoto hubiera acabado con él, con su casa y con ella, sobre todo con ella.


 

Mirey se acomodo nuevamente y volvió a dormir, soñó que era un pez, uno de agua dulce, un pez de agua dulce en un enorme océano salado que no le permitía subsistir, pero aún así nadaba entre los demás peces que no entendían su asfixia. Despertó sobresaltada, Hugo se había marchado, los estantes estaban vacios y ahora justo ahora quería pedirle que no lo hiciera, el océano del sueño broto por sus ojos, siempre había sido así, tarde muy tarde...


 

Hugo no tenía a donde ir, la ciudad estaba destrozada, se respiraba en todo sitio la desolación de ellos, los otros, los que no entendían que cambiaria de lugar con cualquiera, en ese momento preferiría ser él quien estuviera enterrado entre los escombros. Una mujer se acerco para pedirle una moneda, buscó en su bolso y le entrego un par de billetes arrugados, sentía nauseas, asco ante la podredumbre que pisaba a cada paso, no entendía como la naturaleza, dios o el azar tramposo podía acabar con el mundo entero de una sacudida, lo mismo que sin sacudida alguna su mundo estaba hoy en trizas. Todo era confuso, quería odiarla, desear que realmente fuera ella la que se acercara mendigando ahora no fuego sino piedad, quería tener el poder de pisar su cabeza en un charco de sangre al siguiente paso, pero no podía, la amaba, la necesitaba.


 

Mirey seguía desnuda, postrada sobre la cama, en silencio, esperando que la puerta se abriera y él estuviera de vuelta, tarde entendía que lo amaba, tarde extendía los brazos para alcanzarle. Se puso en pie, busco su abrigo y su boina, puso los tres cigarros que le restaban en la bolsa izquierda y salió, así descalza, sin más ropa que el viejo abrigo y la boina francesa, camino incesantemente entre las ruinas de la ciudad y llego a la calle donde años atrás un extraño de andar discreto le ofreció fuego y una soledad compartida.


 

Hugo gurdo sus manos en el pantalón y sintió el encendedor entre sus dedos, vinieron a él inmediatamente los recuerdos del primer encuentro, algunas lagrimas escaparon de sus ojos, ganas incesantes de volver, de atravesar la puerta, de andar por esa calle que lo llevo a su encuentro; apretó el paso y avanzo firme, supuso que aún era tiempo, que la encontraría dormida, y le contaría una historia nueva, que tal vez regresando por las aquellas calles la encontraría nuevamente con su boina y su abrigo, sonrió por un segundo imaginando el cuadro, pero entonces recordó la premisa que lo llevo hasta ella, "nunca más por el mismo sitio", soltó el encendedor viro a la derecha y se perdió entre los damnificados que había dejado el temblor.

1 comentarios:

"Nunca más por el mismo sitio" muy buena... Recordé las noches en la Madero con el encededor en el bolsillo, esperando cruzar la calle para avanzar hacía ningún lado.

Un abrazo, carnala!