martes, 5 de enero de 2010

Primera entrega

I La prisión

Las paredes guardaron silencio, la calma la invadió un instante,  observo detenidamente el cuarto y se dio cuenta q ya no giraba, el movimiento se detuvo, abrió  la puerta de su estancia para contemplar los colores de la noche, para deleitarse con  los olores y sonidos del lugar;  a veces con  un poco de imaginación, conseguía transformar esa atmósfera nocturna  en su hogar, entonces los miedos se disipaban y se sentía a salvo, nada podía lastimarla, era como si por minutos los grilletes con que la habían sujetado le permitieran ir mas allá de la puerta -aunque su cuerpo no se moviera del quicio- corría en libertad montaña abajo.

  La fantasía se desvanecía  cuando escuchaba el acercarse de los pasos del visitante, el que alguna vez fue su amante y ahora era su carcelario; Sabina cerraba  la  puerta y se dejaba caer sobre la cama fingiendo estar dormida, como si eso importara, de cualquier forma él la desnudaría para poseerla; muchas  lunas atrás ella había desistido a resistirse, de cualquier forma así encadenada como estaba no podía hacer mucho,  lo único q conseguía era hacerlo enfadar y que le propiciara tremendas golpizas. El visitante saciaba su enfermo deseo, le proporcionaba algo de comida y se marchaba asegurándole a Sabina que la razón para tenerla encadenada era un infinito amor.

Había perdido la cuenta de los días, quizás meses que tenía en ese lugar, no recordaba cuando fue que las paredes comenzaron a contarle historias, ni como fue que consiguió  el cuarto diera vueltas, la esperanza de ser libre ahora tenia un desagradable sabor a imposible. Las cadenas que pendían de sus brazos no le permitían moverse más allá de la puerta o el cuarto de baño.

Pasaba los días enteros tejiendo y destejiendo sus largos cabellos, recapitulando un pasado lejano, cuando estuvo afuera,  se aferraba a los recuerdos, pensaba que mientras tuviera memoria  seguiría existiendo. Dibujaba en su mente cada detalle de su rostro, los lunares bajo su labio, lo poblado de sus cejas casi pegadas al parpado, la cicatriz en su frente, todo, no quería olvidarse de su imagen, porque si no estaría perdida

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Primera entrega

I La prisión

Las paredes guardaron silencio, la calma la invadió un instante,  observo detenidamente el cuarto y se dio cuenta q ya no giraba, el movimiento se detuvo, abrió  la puerta de su estancia para contemplar los colores de la noche, para deleitarse con  los olores y sonidos del lugar;  a veces con  un poco de imaginación, conseguía transformar esa atmósfera nocturna  en su hogar, entonces los miedos se disipaban y se sentía a salvo, nada podía lastimarla, era como si por minutos los grilletes con que la habían sujetado le permitieran ir mas allá de la puerta -aunque su cuerpo no se moviera del quicio- corría en libertad montaña abajo.

  La fantasía se desvanecía  cuando escuchaba el acercarse de los pasos del visitante, el que alguna vez fue su amante y ahora era su carcelario; Sabina cerraba  la  puerta y se dejaba caer sobre la cama fingiendo estar dormida, como si eso importara, de cualquier forma él la desnudaría para poseerla; muchas  lunas atrás ella había desistido a resistirse, de cualquier forma así encadenada como estaba no podía hacer mucho,  lo único q conseguía era hacerlo enfadar y que le propiciara tremendas golpizas. El visitante saciaba su enfermo deseo, le proporcionaba algo de comida y se marchaba asegurándole a Sabina que la razón para tenerla encadenada era un infinito amor.

Había perdido la cuenta de los días, quizás meses que tenía en ese lugar, no recordaba cuando fue que las paredes comenzaron a contarle historias, ni como fue que consiguió  el cuarto diera vueltas, la esperanza de ser libre ahora tenia un desagradable sabor a imposible. Las cadenas que pendían de sus brazos no le permitían moverse más allá de la puerta o el cuarto de baño.

Pasaba los días enteros tejiendo y destejiendo sus largos cabellos, recapitulando un pasado lejano, cuando estuvo afuera,  se aferraba a los recuerdos, pensaba que mientras tuviera memoria  seguiría existiendo. Dibujaba en su mente cada detalle de su rostro, los lunares bajo su labio, lo poblado de sus cejas casi pegadas al parpado, la cicatriz en su frente, todo, no quería olvidarse de su imagen, porque si no estaría perdida

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